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Entrevista con François Mitterrand

Un entrevista excepcional con el Presidente de la República Francesa, François Mitterrand

Con anterioridad a la conmoción institucional de 1789 se había producido ya en Francia (en relación con el resto de Europa y de América del Norte) un inmenso movimiento de ideas, una revolución intelectual, ética, jurídica y estética, que abrieron camino al cambio político. ¿La cultura profana no adquiere desde entonces una situación determinante como principio motor de la Historia? ¿No sería justo estimar que desempeña un papel igualmente importante, sino más, que la economía como factor de movimiento (o de inercia) en la evolución de la humanidad?

Como usted hace bien en recordarlo, la Revolución Francesa no cayó del cielo. Fue la prolongación, en el orden político, de una profunda modificación de las maneras de pensar, de sentir y de hacer. 

Hubo en efecto, a lo largo del siglo XVIII y en toda Europa, un vasto movimiento que afectó a las ideas y a los hombres en los viajes y en los debates de los filósofos, de los sabios y de los artistas y que cambió poco a poco la mirada que la sociedad posaba sobre sí misma.

El orden social y político no se percibía ya como un efecto inmutable de la voluntad divina sino como un equilibrio a la vez relativo (el descubrimiento del "nuevo mundo" y los viajes habían permitido conocer otras sociedades organizadas de modo diferente) y perfectible (la victoria de los insurgentes norteamericanos constituía un ejemplo).

El resultado de lo anterior era para muchos una nueva delimitación entre lo religioso de convicción personal, ámbito de la libertad de conciencia y lo profano, que se relacionaba con el gobierno de los hombres.

Esta aparición de la cultura profana a que usted se refiere no era, por lo demás, en sí, enemiga de la fe de las grandes figuras de la Revolución fue el abate Grégoire, sacerdote, fiel a su fe y a su ministerio, y republicano sino la afirmación de los derechos y de la responsabilidad de los hombres en este mundo.

La evolución de las ciencias desempeñó también un papel importante. Los progresos de la observación y de la experimentación hacían que el mundo los secretos de la natura leza hasta las relaciones de los hombres entre sí fuese cada vez más accesible al saber y al análisis racional. ¿Cómo no pensar entonces en reconstruirlo de otro modo, con más razón, justicia y libertad?

Fichte, filósofo alemán simpatizante de la Revolución, veía allí una prueba de la superioridad del hombre sobre el castor, que reconstruye siempre su madriguera de manera idéntica, o sobre la abeja, que dispone de modo inmutable los alvéolos de su colmena.

Las ideas nuevas que se difundían en esa época, y de las que se hacían eco los salones, las gacetas y los cafés, tuvieron pues una influencia decisiva. No sólo dieron armas a la crítica sino que, en una sociedad aherrojada por los privilegios hereditarios y el absolutismo, legitimaron en cierto modo por anticipado las acciones posteriores.

Y no es que estuviera ya preparada y al alcance de la mano una teoría de la revolución que, llegado el momento, bastaría aplicar. Al contrario, fue mucho lo que se inventó sobre la marcha y bajo la presión de las circunstancias.

Pero se disponía de una suerte de brújula a la que sirvieron de base los derechos del hombre.

Sin embargo, en el mismo periodo otros intentos fueron derrotados, aunque las aspiraciones de los revolucionarios ginebrinos, bátavos o brabanzones, de los jacobinos italianos o de los patriotas húngaros, de los republicanos de Maguncia, de los insurgentes irlandeses o de los resistentes polacos no se diferenciaran en nada de las de los franceses.

Pues la historia no se hace con ideas solamente. Es necesario que se conjuguen condiciones económicas, sociales y políticas propicias al cambio. Y siempre es indispensable la voluntad individual y colectiva de los hombres.

Son solamente ellos en definitiva el verdadero motor de la historia.

Hay una tendencia cada vez más marcada a "localizar" la cultura, incluso a "nacionalizarla" (se habla de cultura francesa, alemana, china, egipcia). ¿No existe quizá un doble peligro: el de contribuir a compartimentar las culturas y el de centrar cada una de esas culturas en sí misma, incitándola a mirar hacia elpasado más que hacia elporvenir? Hay ciertamente una multiplicidad de patrias culturales, cada una de las cuales, vinculada con una lengua y una historia en particular, contiene una combinación específica de recursos creadores. Algunas son más dinámicas y más agresivas que otras y es necesario que todas puedan desarrollarse libremente. Pero ¿cómo hacer para protegerlas sin asfixiarlas?

Yo no diría, como usted, que hay una tendencia generalizada a encerrar cada vez más la cultura en fronteras locales o nacionales.

En primer lugar, porque toda la historia de la humanidad no es sino el establecimiento progresivo de contactos, a menudo violentos, a veces pacíficos, entre las culturas humanas. En la actualidad los modernos medios de comunicación multiplican los puentes y las influencias y reducen el tiempo.

De lo que se trata es de saber si ello redundará en un enriquecimiento y en un diálogo más fecundo para nuestras culturas. O bien en nuevos desgarramientos y nuevas desigualdades entre los que dominan los medios de difusión mundial y los demás, entre los que lograrán acceder al ámbito en constante evolución del conocimiento y los otros.

Es ésta una paradoja de los tiempos modernos: sabemos que la riqueza del mundo reside también en la diversidad de sus culturas, en la variedad de las sensibilidades y de los saberes; disponemos de medios fabulosos para conocernos mejor y para comunicarnos mejor. Pero he ahí que, si no somos muy cuidadosos, esos mecanismos de cooperación sólo serán instrumentos de dominación. Y, en virtud del predominio económico o político de las culturas más agresivas, existe el riesgo de que se produzca una uniformidad lamentable.

¿Qué hacer entonces? Desde luego, no renunciar a la propia identidad pero tampoco replegarse en sí mismo.

A continuación, tener una clara conciencia de la importancia de lo que está en juego: no habrá desarrollo económico duradero, progreso social, democracia sólida ni paz en el mundo sin el florecimiento de culturas seguras de sí mismas y capaces de enriquecerse mutuamente.

En definitiva, buscar solidaridades culturales respetuosas de la identidad de cada uno, cooperar sin arrogancia ni humildad excesiva en los ámbitos prioritarios que son la educación, la ciencia y la cultura, auténticas claves de un destino libremente elegido.

Esta es la meta por la que lucha Francia, junto con otros, para que sea una realidad la Europa de la cultura, para que se estrechen los lazos entre los países francófonos y para que se tenga en cuenta la dimensión cultural de la ayuda destinada al desarrollo.

En una escala más vasta, es la razón de ser de la Unesco y la ambición del decenio para el desarrollo cultural lanzado en 1988. Pues, aun más que 1945, esos tres objetivos son indisociables: formar, investigar y crear unidos.

Para terminar, quisiera decir que no creo en el dilema entre el pasado y el presente, sino en la fuerza de las sociedades que saben utilizar su pasado para proyectarse hacia el futuro.

El proyecto de reconstruir, bajo la égida de la Unesco, una nueva y vasta biblioteca de Alejandría consiste precisamente en eso: con un mismo ímpetu revivir un pasado prestigioso y preparar el porvenir mediante la creación, en ese extremo del Mediterráneo, de condiciones modernas de acceso al saber.

¿Puede hablarse de un territorio en que todas esas patrias culturales se toquen y donde formen un espacio de valores universales? ¿Es posible llegar a sostener que antes del Siglo de la Luces este espacio carecía de una referencia intelectualmente comprensible, que se perfilaba de manera subterránea a través de las obras literarias y artísticas de todas partes, que se podía sentir pero no pensar, y que a partir de 1789 encuentra porfin una expresión filosófica en el concepto de Hombre Universal despojado de sus amarras étnicas, confesionales y sociales?

Siento la tentación de contestarle con una anécdota: en 1827 Goethe descubre maravillado, leyendo una novela china, temas muy semejantes a los que emplea en la trama de su epopeya, Hermann y Dorotea. Comprueba con entusiasmo que existen lugares este caso, los libros en los que la humanidad puede superar sus divisiones. De ahí deduce un programa en forma de concepto, la Weltlitteratur (literatura del mundo), capaz de trascender las fronteras históricas y las peculiaridades culturales. Es la respuesta que da a su pregunta relativa a un posible espacio de valores universales.

Los revolucionarios de 1789 no abrigan ninguna duda en ese aspecto: el mensaje que formulan se dirige al planeta en su totalidad, los derechos del hombre y del ciudadano se proclaman universales. Así lo afirmaron con una fuerza que aun resuena en nuestros oídos y lo esencial era que, por primera vez, se decía de ese modo.

Se sabe que en la práctica la situación fue un tanto diferente. Que la libertad, en pie de guerra, terminó por adquirir en Europa dirá Jaurès la forma y la características de la conquista. Y que para las mujeres, los negros y los pobres la igualdad no fue verdaderamente igual.

Pero aunque la Revolución Francesa no siempre se ajustó a sus principios, en todo caso se seguirá luchando en nombre de sus ideales en los siglos XLX y XX, en un contexto en que las cuestiones nacional y social van a cobrar cada vez más importancia. Numerosos pueblos de Europa y de América Latina, de Asia y de Africa los utilizarán como bandera contra las pretensiones de dominación del Occidente.

Y cuando en 1948, después de una guerra mundial devastadora, se impone la necesidad de volver a proclamar vigorosamente el derecho de los hombres, la declaración universal elaborada por las Naciones Unidas habrá de inspirarse en la de 1789. Se la completa entonces enunciando los derechos económicos y sociales que más de un siglo de luchas obreras habían reivindicado. Al hacerlo, por lo demás, lejos de limitarse al hombre universal despojado de sus amarras sociales al que usted aludía, se procura por el contrario aprehenderlo en toda la magnitud de su situación concreta, en el trabajo como en la sociedad.

Volviendo a su pregunta, creo que es indispensable distinguir entre los gestos políticamente fundadores - 1789, la declaración de derechos del hombre - y la compleja evolución que, en particular en la historia de las ideas, culminó con ellos.

En primer lugar, porque el cambio de perspectiva que hizo posible la Revolución tiene una lenta gestación que comienza mucho antes del siglo XVIII con el humanismo del Renacimiento, con la introducción del espíritu de comparación que hace tambalear la autoridad de la revelación religiosa, con la física de Galileo que anuncia a los Enciclopedistas, con las guerras de religión cuyo recuerdo inspira el derecho de tolerancia, con Montesquieu y La Bruyère que afirman la relatividad de las creencias y de las costumbres.

En seguida, porque a lo largo del siglo XVIII coexisten sensibilidades diferentes, unas más universalistas, otras más relativistas, cuyo eco aparece en los debates modernos sobre la crítica del etnocentrismo, que pretende erigir en valores universales dominantes los contenidos particulares de una cultura, y sobre los límites del derecho a la diferencia.

Todo ello para decir que no es fácil definir esa expresión filosófica que usted evoca, y que la consideración de nuevos determinismos sociales, psicológicos ha vuelto a plantear siempre la pregunta de lo que hay de universal en el hombre.

Pero, más concretamente, ¿es posible actuar si todos los va lores son relativos (a un lugar, un tiempo, una cultura determinada) y por lo mismo se anulan? ¿si el racismo no es más que una idea entre otras y el apartheid un problema que sólo afecta a los sudafricanos? ¿Cabe postular otra cosa que un mínimo de valores universales para formular, más allá del territorio limitado de cada cual, aunque más no sea un juicio y fundar la solidaridad entre los hombres?

La libertad, la igualdad y la fraternidad son valores que han resistido bien el desgaste del tiempo y que se han aclimatado suficientemente en todas las latitudes como para que haya personas que siguen movilizándose por ellos. Concluiré citando la sabia definición que da, en su última obra, Tzventon Todorov: "lo universal es el horizonte de entendimiento de dos particularismos". Ese diálogo, añade, es tal vez inaccesible pero es el único postulado valedero.

¿Puede hablarse de un territorio en que todas esas patrias culturales se toquen y donde formen un espacio de valores universales? ¿Es posible llegar a sostener que antes del Siglo de la Luces este espacio carecía de una referencia intelectualmente comprensible, que se perfilaba de manera subterránea a través de las obras literarias y artísticas de todas partes, que se podía sentir pero no pensar, y que a partir de 1789 encuentra porfin una expresión filosófica en el concepto de Hombre Universal despojado de sus amarras étnicas, confesionales y sociales?

Kant, me parece, formula en términos semejantes, en los Fundamentos de la metafísica de las costumbres, su imperativo categórico. Extrae, por lo demás, tres leyes morales: actúa como si la máxima de tu acción debiera erigirse en ley universal de la naturaleza, actúa de modo tal que siempre trates a la humanidad como un fin y jamás como un medio, actúa como si tu máxima debiera servir de ley universal para todos los seres razonables.

¡Por mi parte, yo no tendría ningún inconveniente en que los responsables políticos se inspiraran en esas normas de conducta elaboradas por un filósofo que siguió muy de cerca los acontecimientos de 1789!

¿Una estética de las relaciones en la comunidad?

No incumbe a los estadistas definir la belleza, pero sí les corresponde favorecer lo que constituya una vinculación entre los hombres y fortalezca el sentimiento de cumplir un destino común. El arte contribuye a ello, pues reconoce al sueño, que es un producto de primera necesidad.

Aquí una perspectiva realzada que haga más accesible la ciudad a sus usuarios; allí un nuevo museo que revele a todos sus tesoros; más allá un monumento restaurado que restituya a la nación un momento de su historia; mas lejos una moderna biblioteca publica de lectura, bella y util. 

Equipar, adornar, significar, son cosas que pueden hacerse simultaneamente. 

Son muchas las ciudades en el mundo que muestran los estigmas de formas de urbanización degradantes, de una fealdad que constituye un desprecio por el hombre. Es posible encontrar otras opciones que traduzcan una voluntad de vivir mejor los unos con los otros y el rechazo del juego desorde­nado de los meros intereses particulares y de los conformismos perezosos. 

En cuanto al vínculo entre el hombre y la naturaleza, no voy a pretender que sea el mismo para todos, del habitante de Buenos Aires al campesino de Casamance, del parisiense de pu­ra cepa al pescador del Baltico. Algunos luchan duramente con la tierra o con el agua dia tras dia, en tanto que para otros esa brega constituye una forma de esparcimiento. 

Y sin embargo, los riesgos de agotamiento de algunos re­cursos naturales nos afectan a todos, nadie se salvara de la destruc­ción irremediable de la atmósf era y los mares contaminados por imprudencia suponen un costo para la comunidad. 

El hombre ha basado su desarrollo en el dominio de la naturaleza. Puede condenarse si olvida, destruyéndola, todo lo que le debe. Aquellos que la trabajan saben hasta qué punto una tierra maltratada no entrega durante mucho tiempo sus riquezas. 

Y el propio habitante de la ciudad siente muy bien que al permitir la existencia de un parque o de un jardfo entre las cons­trucciones se hace algo mas que embellecer esa ciudad, se afir­ma asimismo la continuidad de una civilización y se indica que el genio del hombre se inscribe en el respeto de ciertos equilibrios. 

Con estos ejemplos quiero decir que, en efecto, los polfri­cos, y junto con ellos todos los ciudadanos, tienen la responsa­bilidad de prestar una mayor atencin a las solidaridades esenciales de los hombres entre sí y con su medio, de preservar los equilibrios vitales no sólo para sus sociedades respectivas sino para el futuro del mundo. 

Recuerde que cuando la Unesco se movilizó para salvar Bo­robudur, Venecia o el Mont Saint-Michel lo hizo porque ese para el mun. patrimonio Lo que es es parte valido de la para memoria el pasado del lo mundo, es aun su más herencia co­mún. Lo que es válido para el pasado lo es aun más para el porvenir. 

En el mundo actual nadie se salvara a costa de los demás. La interdependencia creciente de las economîas y de las cultu­ras obliga a la solidaridad. 

Las institudones politicas deben favorecer la mayor libertad en el floredmiento y la drculadon de la cultura. Pero, ino es quiza necesario que la creadon cultural siempre desbarate los planes de lo politico, lo sorprenda, vaya mas alla de sus inten­ciones incluso las mas encomiables, y explore vias contrarias a lo institucional? 

Sin lugar a dudas. La libertad de creación es en cierto modo el barómetro de todas las libertades. Una sociedad que la restrin­ge por lo general tiene poco en cuenta a sus ciudadanos. Ahí donde no hay libertad de movimientos y de expresión, la cre­ación se marchita aun cuando surjan algunas obras valientes pero condenadas a una difusión limitada. 

Frente al arte, la responsabilidad del poder político es la que usted señala: hacer que reinen condiciones propicias para la creación y la difusión. 

Añadiré una dimensión educativa dirigida hacia los jóve­nes y el público menos familiarizado. Pues el sentido estético es también algo que se puede aprender. 

Y la obligación, a veces, de hacer lo necesario para que la ley del mercado no reine sin contrapeso y de tomar, cuando proceda, medidas de protección para defender lisa y llanamen­te la libertad de creación contra las culturas demasiado invaso­ras. El ejemplo de la producción audiovisual a la hora de la multiplicación de los canales y de los satélites muestra que en este aspecto todas las precauciones que se tomen son pocas. 

Más allá empieza, con la intervención autoritaria respecto de los contenidos, el abuso de poder. Ha habido ya en la histo­ria numerosos ejemplos lamentables de intentos de impulsar un arte oficial que exalte las virtudes "positivas" de un régimen determinado. 

Una de las contribuciones importantes de las Luces fue la instauración de un debate estético público. En él se expresaron numerosos puntos de vista, algunos de los cuales nos hacen sonreîr como el de Diderot que recomendaba el retrato histórico, género revolucionario por antonomasia pues fijaba las mi­radas del público sobre los grandes defensores de sus derechos ... Pero, felizmente, no logró imponerse ninguna concepción uti­litaria del arte. 

Vagabunda y libertaria; he ahí la esencia de la creación. Ello asusta a los que tienen miedo de la libertad.*

¿Y cuales son sus suenos en materia de proyecto cultural? iQué le gustaria poder realizar con sus iguales en el resto del mun­do de aqui a fines del milenio? iExiste un "Eureka" concebible en el piano cultural y a escala mundial? 

No sé si estoy obligado a revelarle mis sueños.

I. Me referiré de todos modos, en lo tocante a mi país, a un proyecto que es una de mis más caras aspiraciones: la biblioteca de Francia, cuyo lanzamiento anuncié el verano pasado el día de nuestra fiesta nacional.

El libro y el patrimonio escrito son aspectos esenciales de nuestra civilización. Durante mi primer mandato Francia había modernizado y desarrollado sobremanera su red de bibliotecas. Pero nuestra Biblioteca Nacional, cuyo local ya antiguo resulta demasiado estrecho, no puede, a pesar de los esfuerzos realizados, dar el realce suficiente a su prestigioso patrimonio ni acoger a todos los que desean tener acceso a él y que vienen a veces de países muy lejanos.

De ahí nació la idea de construir en otro sitio una gran biblioteca, con una concepción radicalmente nueva, que abarque los múltiples aspectos del conocimiento, utilizando las más modernas tecnologías de transmisión de datos, y que se interese también por los documentos visuales y sonoros de la cultura actual, llegando a formar parte con el tiempo de una vasta red de bibliotecas nacionales y extranjeras.

Seguiré con particular atención la ejecución de este proyecto. Es necesario que el edificio sea hermoso y que el marco - por qué no decirlo - sea propicio para la meditación. Es indispensable además que todo se conjugue para celebrar el placer del descubrimiento y del estudio e incite a tomar posesión del saber.

II. ¿Qué aspiro a realizar con los demás Jefes de Estado de aquí a fines del milenio? Hay tanto que hacer para que el mundo se torne menos duro para los más desfavorecidos, menos expuesto a destrucciones devastadoras, más acorde con los derechos universales de los hombres...

Un problema me parece, sin embargo, de una extrema importancia, incluso apremiante, para la supervivencia de la humanidad: es el deterioro indiscutible de la atmósfera.

Todos deben entender que no se trata de una contaminación adicional sino de la posible ruina de toda la vida en el planeta. Y en este caso nadie debe restar su apoyo si se quiere encontrar una solución.

Las Naciones Unidas dedican a este aspecto un programa de investigación sumamente interesante. Pero ha llegado también el momento de la decisión y de la acción.

He ahí por qué, el 11 de marzo último, en La Haya, 24 países firmaron un llamamiento reclamando con urgencia la creación de una autoridad internacional en materia de medio ambiente.

Como ocurre siempre en tales casos, los dogmatismos y los egoísmos, so pretexto de la negativa de abandonar en provecho de una instancia colectiva la más mínima parcela de la soberanía nacional, frenan el movimiento. Pero 24 países, por ahora, están dispuestos a avanzar. Otros seguirán, a medida que cobren conciencia de lo que está realmente en juego.

Deseo, pues - y para mucho antes del fin del milenio - que la razón de los hombres, esa virtud tan cara al corazón de los de 1789, derrote a los estragos destructores del abandono y de la desidia.

III. Usted me habla de Eureka, ese programa de desarrollo tecnológico europeo al que, en el ámbito de lo audiovisual, hemos dado un hermano.

En un momento dado, teníamos la siguiente opción: esperar para lanzarnos que hubiera unanimidad entre nuestros asociados o empezar sólo algunos, dispuestos a actuar, dejando las puertas abiertas de par en par a todos los que, más adelante, quisieran sumarse a nosotros. Nos decidimos por la segunda solución. Poco a poco, afluyeron las candidaturas, y no sólo de Europa.

La cooperación cultural a escala planetaria que debe mucho a la Unesco puede también proceder de ese modo: un proyecto, un programa, voluntades que se unen y otras que se les van sumando sobre la marcha.