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Entrevista con Gabriel García Márquez

Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1982, desde fines de los años sesenta el escritor colombiano, nacido en Aracataca en 1929, se afirmó con su novela Cíen años de soledad (1967) como uno de los grandes maestros de la narrativa contemporánea. Nos habla aquí de su visión de Latinoamérica y se refiere a algunos de los grandes temas de su obra, donde la tragedia de lo real y la magia de lo maravilloso alcanzan una dimensión mítica.

Entrevista realizada por Manuel Osorio, periodista peruano

La coexistencia de diversas culturas en América Latina produce una síntesis bastante singular y de una gran riqueza. La fuerza de ese mestizaje cultural ¿es perceptible en el interior del continente para la gente que lo vive?

Mi larga experiencia de escritor y mi conI tacto asiduo con realidades políticas y sociales I diferentes me han permitido comprender mejor ciertos aspectos de la cultura de América Latina, pero hace sólo algunos años que me he dado cuenta de que yo era mestizo.

En mis viajes a Africa he descubierto que muchas formas populares de arte africano comportan manifestaciones estéticas similares a las de varios países de la región del Caribe. Esta constatación me ha llevado a ver y a entender más claramente las condiciones de la. cultura en nuestros países y, en general, la relación que existe entre ciertos elementos de diferentes culturas.

Quedan así de manifiesto, a la vez, la delimitación nacional de una cultura y su dimensión de universalidad. Existe un conjunto de vínculos entre los pueblos sin que éstos tengan necesariamente conciencia de ellos.

¿Es eso lo que podía percibirse ya en la elaboración de sus novelas y que, en el fondo, es su materia propia?

Cuando escribía mis novelas yo no estaba muy consciente de la presencia de todos esos aspectos pluriculturales, que surgían de manera natural. Después me di cuenta de que, sin habérmelo propuesto deliberadamente, mis libros contenían elementos mestizos que se habían ido incorporando en el curso del trabajo. Como ya he dicho, en América Latina están presentes varias culturas que se han mezclado y se han expandido a través de todo el continente: a las culturas autóctonas precolombinas se han sumado la occidental, las africanas y ciertos aportes de Oriente.

Por eso, no creo que se pueda afirmar que existe aun una cultura "colombiana" o "mexicana". Yo he dejado de sentirme únicamente "colombiano"; me siento sobre todo latinoamericano y estoy orgulloso de serlo.

Pienso que es una falsa premisa considerar la historia latinoamericana a partir de la conquista española. Es justamente una premisa colonial. No debemos olvidar que la formación de naciones bajo el virreinato español fue el resultado de la decisión arbitraria del extranjero y no de nuestras necesidades internas y propias.

Tenemos que analizar la historia anterior a la conquista para entender mejor los problemas actuales. Las fronteras que fueron trazadas entre los países latinoamericanos no han servido a otra cosa que a la manipulación. Y, cada vez que es necesario, se exalta el sentimiento nacionalista. Naturalmente, esto no hace más que oponernos a unos contra otros, impedirnos ver y sentir los problemas que nos son comunes. Cada país tiene sus particularidades pero lo que cuenta en definitiva es la identidad común subyacente.

¿Puede estimarse, entonces, que existe una cultura latinoamericana?

No creo que pueda decirse que hay una cultura latinoamericana ya formada como tal. Por ejemplo, en América Central, en la región del Caribe, existe un aporte africano que da como resultado una cultura diferente a la de los países con población indígena importante como el Perú o México. Este fenómeno puede constatarse en varias naciones de América Latina.

En América del Sur, Venezuela y Colombia tienen más que ver con aspectos culturales del Caribe que con los indios de los Andes que existen sin embargo en ambos países. En Perú o en Ecuador se observa una situación similar entre la costa y la sierra del altiplano. Y así es en todo el continente.

Esos aportes múltiples se reúnen y forman las bases de la cultura del conjunto de América Latina dándole su particularidad, su personalidad y su propia representatividad en relación con las demás culturas del mundo.

Y, en ese contexto, ¿que' representa la influencia española?

No puede negarse que en América Latina existe una fuerte presencia de la cultura española, junto con la cultura portuguesa en el Brasil. Se encuentra en todas las manifestaciones de la vida y el castellano es el idioma que hablamos.

Es un elemento de una gran riqueza, pero al mismo tiempo controvertido y despreciado muchas veces. Aunque esa herencia también forma parte de nuestra personalidad cultural, hay en Latinoamérica una falsa vergüenza por todo lo español que me parece excesiva y peligrosa y nos complica las cosas. Al contrario, yo me siento muy orgulloso de contar con este aporte y no me avergüenza en absoluto. Hoy día la colonización española ya no constituye un problema. Latinoamérica está hecha de los desperdicios de Europa, pero no somos una copia. Latinoamérica es otra cosa.

¿De dónde ha nacido en usted ese deseo de escribir y contar esas historias que ban dado obras como Cien años de soledad, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera?

Yo creo que todo ha nacido de la nostalgia

¿Nostalgia de su país, de su infancia?​​​​​​​

Nostalgia de mi país y nostalgia de la vida.

Tuve una infancia extraordinaria rodeado de personas de una gran imaginación y cargadas de supersticiones, personas que vivían en medio de una realidad como embrujada y poblada de fantasmas. Mi abuela me contaba en la noche, de la manera más natural del mundo, cosas que me aterraban.

Su abuelo, que parece haber sido un personaje mítico en la familia, ¿fue una figura clave de su niñez?​​​​​​​

Mi abuelo era un enorme viejo que parecía estar suspendido en el tiempo y en la.memoria, y que yo quería mucho. Cuando él murió, yo tenía ocho años; quedé completamente desamparado. El me contaba todo lo que había vivido y lo que había sucedido en el pueblo y en el país desde tiempos inmemoriales. Me relataba en detalle las guerras en las que había participado y las grandes masacres de las plantaciones bananeras que han dejado una huella intensa en la historia de Colombia y que sucedieron el año de mi nacimiento.

¿Y su madre, cuya personalidad fabulosa ha marcado al escritor...?​​​​​​​

Es encantadora. Una vez le preguntaban sobre mí, a qué atribuía el talento de su hijo, y ella respondió sin pestañear: "A la emulsión de Scott" [aceite de hígado de bacalao]. Hay otra anécdota que nos muestra el cariz de su persona: como somos varios hermanos en la familia, cada vez que alguno de nosotros tiene que viajar en avión ella prende una vela y se pone a rezar para que no nos pase nada. Pero como ya no todos estamos en la casa, la última vez que la vi me decía: "Tengo siempre prendida una vela por si alguno de ustedes viaja en avión sin que yo lo sepa". Todas las personas de mi familia han tenido gran importancia para mí y se encuentran de alguna manera en el trasfondo de lo que he escrito. Nunca he olvidado que soy el hijo del empleado del correo de Aracataca.

Usted es originario de la región del Caribe y su actividad literaria nace en el seno de esa realidad pasmosa y desbordante. ¿Viene de allí el aspecto fantasmagórico, que sin embargo es natural, si puede decirse, de sus novelas y que las ha hecho famosas en todo el mundo?​​​​​​​

El Caribe es una región en la que se da una perfecta simbiosis, o se da más claramente que en otras partes del mundo, entre el hombre, el medio natural y la vida cotidiana. Yo viví en un pueblo olvidado de la selva calurosa en la ciénaga caribeña de Colombia. Allí, el olor de la vegetación descompone los intestinos.

Es una realidad en la que el mar tiene todos los azules imaginables, los ciclones arrastran las casas por los aires, los pueblos subsisten bajo el polvo y el calor invade todo el aire respirable. Para el habitante del Caribe las catástrofes naturales y las tragedias humanas son el pan de cada día.

Y en medio de ese mundo existe además la fuerte influencia de las mitologías traídas por los esclavos, mezcladas a la mitología de los Yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir una tierra donde nadie pueda decidir por los otros indios del continente y a la imaginación andaluza. Eso ha producido un espíritu muy peculiar, una visión de la vida que da a todo un aspecto maravilloso, y que aparece en mis novelas. Es posible observar lo mismo en la obra del escritor guatemalteco Miguel Angel Asturias o en la de Alejo Carpentier en Cuba. Es el lado sobrenatural que tienen las cosas, una realidad que, como en los sueños, no está regida por leyes racionales. 

En una de mis novelas contaba el viaje improbable del Papa a un pueblo de Colombia, inimaginable en aquella época. Sin embargo, unos años más tarde el Papa hizo un viaje a Colombia.

Dada la influencia que ese mundo ha ejercido en usted y la presencia de esa realidad maravillosa en su obra ¿puede afirmarse que ustedes un escritor "fantástico" y "barroco"?

En el Caribe, y en general en Latinoamérica, consideramos las situaciones "mágicas" como parte integrante de la vida cotidiana, de la misma manera que la realidad banal y corriente. La creencia en los presagios, en la telepatía y en las premoniciones, así como un sinnúmero de supersticiones e interpretaciones "fantásticas", nos parecen naturales. En mis libros, nunca he buscado ninguna explicación a todos esos hechos, ninguna justificación metafísica. Me considero un escritor realista y nada más.

Las relaciones entre Europa y América Latina históricamente han estado siempre llenas de malentendidos negativos para ambas partes. ¿Considera usted que es necesario tratar de aclarar estas relaciones, evitar la mala conciencia, para posibilitar un nuevo equilibrio entre el Norte y el Sur, una nueva comprensión?​​​​​​​

Las dificultades de nuestro continente, por su enormidad, a nosotros mismos que somos de su esencia nos perturban y nos impiden ver la realidad. No es extraño entonces que Europa, absorbida por el espectáculo y la visión de su propia cultura, no tenga un método adecuado para interpretarnos. Es comprensible que los europeos, herederos de una larga tradición racionalista, traten aun de juzgarnos con sus propias maneras de ver sin considerar las diferencias que se dan en otras latitudes. Y que tampoco tengan en cuenta que la necesidad de bienestar y de una identidad para America Latina, Africa o Asia es una realidad tan vital y dramática como fue en el pasado para ellos, y lo es aun. Sin embargo, la interpretación de la vida, en cualquier rincón del mundo, con esquemas ajenos sólo puede conducir a un malentendido terrible y hacer a los hombres cada vez más aislados, solitarios y menos libres.

Europa debería tratar de vernos a través de su propio pasado. Un presente desmesurado le ha hecho olvidar las peripecias de su historia. ¿Quién sabe que Londres tardó trescientos años en construir sus murallas? ¿Que el esplendor de Roma necesitó varios siglos para consolidarse y que fue un rey etrusco el que la situó en la historia? ¿Que Tenochtitlán, la capital azteca, a la llegada de los españoles era una ciudad más importante que París?

Los europeos de amplio espíritu que construyen una nueva Europa, un continente más humano, más justo, podrían ayudarnos de veras si revisaran su manera de comprendernos. Una verdadera solidaridad con nuestros sueños y esperanzas deberá concretarse en actos de apoyo a los pueblos que aspiran a una vida propia en el reparto del mundo y a que un auténtico vínculo universal exista.

¿Por qué pensar que las soluciones que los países europeos tratan de implantar en su continente no podrían ser también un objetivo, en condiciones y con métodos diferentes, para los países del Sur?

¿Los obstáculos proceden sobre todo del exterior o del interior?​​​​​​​

Creo que tendríamos que dejar de pensar que la violencia, la miseria y los conflictos de la historia en América Latina son el resultado de una confabulación a miles de kilómetros de nuestra casa, como si no fuéramos capaces de concebir otro destino que el de vivir a la merced de las naciones poderosas que dominan el mundo.

Frente a la situación de desequilibrio actual, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Siglos de guerra no han conseguido disminuir la ventaja tenaz de la vida. Hace cuarenta años el escritor norteamericano William Faulkner se negaba a aceptar la posibilidad del fin del hombre. Lo que él temía, hoy lo sabemos, no es nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobre cogedora, en un momento en que los lazos entre las naciones son cada vez más estrechos y una nueva época está a punto de nacer, yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir una tierra donde nadie pueda decidir por los otros, donde los pueblos que han quedado marginados tengan una nueva oportunidad. Un mundo en el que sea posible verdaderamente la solidaridad.

Esa aspiración se refleja en su obra, íntimamente vinculada a América Latina y a la conciencia de su destino.​​​​​​​

Así es. No se puede soportar tanta nostalgia y tratar de descifrar un país, de comprender durante tanto tiempo un continente, sin sentirse ligado a él profundamente, y por él, al mundo.

Lea también nuestra entrevista Gabriel García Márquez: El oficio de escritor, publicada en febrero de 1996. Haga clic aquí.
 

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Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1982, desde fines de los años sesenta el escritor colombiano Gabriel García Márquez, nacido en Aracataca en 1927, se afirmó con su novela Cíen años de soledad (1967) como uno de los grandes maestros de la narrativa contemporánea. Principales obras de Gabriel García Márquez: El coronel no tiene quien le escriba (1961); Los funerales de la Mamá Grande (1962); Cíen años de soledad (1967); El otoño del patriarca (1974); Crónica de una muerte anunciada (1981); El amor en los tiempos del cólera (1985); El general en su laberinto (1989).