Idea

La diversidad tecnológica, instrumento clave de la descolonización digital

La lucha por el control del conocimiento digital se encuentra en una encrucijada decisiva. La cuestión no es solamente económica, sino también geopolítica y cultural. Para poner fin al desequilibrio actual y promover el pluralismo digital, no basta con desafiar el dominio que ejercen los gigantes del sector. Es preciso, además, estimular el desarrollo de tecnologías alternativas que sean sostenibles y respetuosas con la diversidad lingüística, cultural y biológica.
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por Domenico Fiormonte

El despliegue de un mayor poder tecnológico o militar nunca ha sido el único factor de dominación. El conocimiento es poder y ejerce su influencia en el ámbito de la hegemonía cultural, como afirma el filósofo italiano Antonio Gramsci  al establecer los límites de lo que es y no es conocimiento. La información, la educación y la producción cultural y científica constituyen el núcleo de las interacciones geopolíticas.

Las estructuras culturales, estéticas, sociales, jurídicas y económicas del siglo XX han sido barridas por un nuevo sujeto-objeto: el imperio del algoritmo

Por primera vez en la historia, este conjunto complejo de ideologías, prácticas e intercambios converge hacia un soporte unificado de producción, acceso y difusión: Internet y sus herramientas. La red global y sus tecnologías afines se han convertido en el terreno en el que se ejerce cierto control sobre la política y la sanidad, se forma a las nuevas generaciones, se difunden los resultados científicos, influyen las opciones económicas y se cuestionan las normas sociales. Las estructuras culturales, estéticas, sociales, jurídicas, económicas y de otra índole que caracterizaron la historia de la humanidad hasta principios de este siglo han sido barridas por un nuevo sujeto-objeto: el imperio del algoritmo.

Un giro histórico

La geopolítica se ha convertido en una lucha para controlar los conocimientos digitales y dominar sus infraestructuras y las materias primas utilizadas para construirlas y gestionarlas. Se trata de redes de telecomunicación por cable, aplicaciones, programas informáticos, bancos de datos, metales, tierras raras y otros elementos que componen el complejo mosaico de la geopolítica de los conocimientos digitales. Ya no basta con poseer misiles y ejércitos, gas y petróleo, poder económico, universidades y medios de comunicación, ni estar investido de un poder religioso. Todos esos recursos son ciegos, sordos y mudos en ausencia del dominio de las infraestructuras y de las herramientas de la comunicación.  

La digitalización representa, por tanto, la última fase del proceso descrito por Gramsci. La lucha por el control del conocimiento digital se encuentra en un punto decisivo, tanto la pugna por el control de la opinión pública en las redes sociales, como las controversias relativas al uso de la inteligencia artificial.

El economista canadiense Harold Innis desarrolló en la década de 1950 su teoría de los prejuicios políticos, culturales e ideológicos inherentes a toda tecnología. Según su hipótesis, el soporte físico de las tecnologías está “delimitado” por un conjunto de límites y restricciones definido por  pensadores de la clase dirigente que, a su vez, lo dominan gracias a esas mismas restricciones. Al igual que en las décadas de 1930 y 1940 hubiera sido impensable desarrollar una industria moderna del libro sin un suministro seguro de pasta de celulosa, hoy sería imposible imaginar un sistema de comunicaciones sin una infraestructura de red.

Un reto cultural

Aunque es preciso arremeter contra el dominio económico de los gigantes tecnológicos, el verdadero reto es de naturaleza cultural. Tal y como explica Innis, quienes están en el poder deben “homogeneizar” lo más posible los instrumentos y métodos de comunicación  para preservar su hegemonía. Y esa labor se traduce inevitablemente en un empobrecimiento de la diversidad. En este contexto, los protocolos de comunicación, los algoritmos y los programas informáticos han de propagarse libremente y sin estorbo de un extremo a otro del planeta.

Diversidad y control son conceptos diametralmente opuestos. Para perpetuar su poder, los gigantes del sector tecnológico deben vencer a la competencia, adquirir posibles rivales y, como señala el investigador de informática estadounidense Jaron Lanier, frenar la innovación y proteger sus tecnologías, lo que se conoce como “efecto de cerrojo”.  

Después de todo, nadie espera que una empresa privada con fines lucrativos del sector de las tecnologías de la información vaya a invertir en lenguas y culturas cuyo valor de mercado es una incógnita. La página de búsqueda de Google, por ejemplo, está disponible en 149 lenguas, Google Maps, en más de 70 idiomas y, según otras fuentes, el motor de búsqueda de Google puede abarcar hasta 348 lenguas.

Sin embargo, en noviembre de 2020 Google anunció que el programa Google Ads, esencial para quien desee hacer negocios en Internet, iba  a funcionar solo en 49 idiomas, la mitad de los cuales son europeos. Según el sitio web Ethnologue, enciclopedia de referencia que contiene un censo de las lenguas del mundo, en la actualidad hay más de 7.000 lenguas habladas, lo que significa que la empresa digital más poderosa del planeta solo puede representar a un porcentaje reducido de la diversidad lingüística mundial.

Desmantelando la narrativa dominante

Es precisamente en ese conflicto tradicional entre normas y diversidad, o entre elitismo y pluralismo digital, donde radica una posible solución del problema. Si bien es verdad que el poder necesita concentración y control, también es cierto que la biodiversidad cultural es una condición necesaria para la preservación de la vida en nuestro planeta. Es nuestro seguro de vida y cada vez necesitaremos más la tecnodiversidad para garantizar su defensa.

De acuerdo con las reflexiones del filósofo chino Yuk Hui, la tecnodiversidad debe entenderse también como una libertad de elección que, en algunos contextos culturales, puede implicar el “rechazo” de una tecnología que se percibe como invasora o perjudicial. En otras palabras, la tecnodiversidad es el derecho a controlar su propio corpus digital, luchar contra el colonialismo informático y favorecer soluciones que sean respetuosas con la ecología, la cultura y las lenguas.

El epistemicidio, “la destrucción sistemática de las formas de conocimiento rivales”, siempre ha sido una de las principales causas del subdesarrollo

De modo que no puede haber diversidad epistémica y, por ende, tecnológica, sin una reevaluación rigurosa de la función capital que desempeñan los “márgenes” de nuestro planeta. No solo porque los recursos materiales que hacen posible la digitalización se concentran en las regiones del Sur, sino también porque el epistemicidio, “la destrucción sistemática de las formas de conocimiento rivales”, siempre ha sido una de las principales causas del subdesarrollo.

Fue el filósofo y psiquiatra francés de origen martiniqués Frantz Fanon quien, en su obra cumbre Los condenados de la Tierra, puso de relieve la maldad de la ideología colonial, basada no solo en la extracción y explotación de bienes materiales y mano de obra, sino también en la destrucción de las culturas autóctonas.

La mayor victoria del colonizador, escribió Fanon, no solo consiste en despojar al colonizado, sino en convencerlo de la inferioridad de su cultura. Una vez que los conocimientos locales resultan inútiles para sus detentores, el colonizador propone un modelo ventajoso, una “norma” que el colonizado no puede dejar de adoptar. Por eso, el hecho de combatir el actual desequilibrio tecnológico entre el Norte y el Sur no puede consistir en transferir la tecnología del Norte con el fin de acelerar el robo de datos y de transformar al Sur en un basurero tecnológico, sino que es preciso alentar el desarrollo de tecnologías locales sostenibles que respeten la diversidad lingüística, cultural y biológica. 

Sin embargo, los márgenes del planeta se enfrentan a un dilema: ¿Deben crear sus propias (infra) estructuras de legitimación o deben sumarse a los grupos que les garantizan notoriedad y acceso a los recursos (y discursos) hegemónicos? ¿Qué precio hay que pagar para lograr que prospere la diversidad? Varios activistas que promueven los programas informáticos gratuitos sostienen que “Las herramientas del amo no desmantelarán nunca la casa del amo”.

De hecho, la diversidad y la innovación pueden coexistir. La adopción de determinadas tecnologías y la preservación de tierras y culturas ancestrales no tienen por qué entrar en conflicto. Y, por supuesto, el diálogo Sur-Sur es uno de los elementos esenciales para conjugar innovación y descolonización digital.

Proyectos pioneros

Muchos ejemplos de innovación demuestran que emergen nuevas iniciativas en los países del Sur: proyectos de soberanía autóctona en materia de datos, el movimiento de tecnologías no alineadas, programas de investigación de  Big Data Sur, proyectos inspirados por el movimiento de bienes comunes, como la FLOK Society, pionera en Ecuador, o el movimiento de redes comunitarias, floreciente en Asia, África y América Latina.

América Latina alberga también probablemente las mayores iniciativas de publicación científica de libre acceso del mundo. Redalyc, Scielo, AmeliCa y otras cuestionan el sistema de publicaciones de pago del Norte y también la hegemonía cultural anglófona en su conjunto.

Hay quien dirá que esos proyectos no son lo bastante importantes como para facilitar el “empoderamiento digital” del Sur. Mi respuesta es que la transformación no consiste en enormes inversiones extranjeras que se traducen en un incremento de la deuda y mayor dependencia tecnológica, sino, para retomar los términos del escritor kenyano Ngũgĩ wa Thiong'o, en una “descolonización del espíritu”.

El mundo cambia y las antiguas periferias se transforman en referentes de modelos plurales y sostenibles de conservación, acceso y transmisión del conocimiento en formato digital. Ya existe un modelo viable, pluricultural y equitativo de tecnodiversidad.

Domenico Fiormonte

Profesor de Sociología de la Comunicación y la Cultura en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Roma III, Domenico Fiormonte dirige investigaciones, imparte cursos y publica trabajos sobre la filología digital, la geopolítica del conocimiento y la crítica cultural de los medios digitales.