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El periodismo ético vuelve a primera plana

Si el periodismo echa en saco roto sus principios éticos pierde sus valores fundamentales, su credibilidad y su razón de ser. ¿Cómo evitarlo? Reglamentar la deontología periodística con nuevas leyes plantea el riesgo de que se implante la censura. Sólo el compromiso voluntario de respetar las normas éticas puede devolver su prestigio a la profesión.

Por Aidan White

El periodismo vive hoy una mutación sin precedentes. El trabajo de los periodistas es más rápido, está sometido a numerosas limitaciones y es muchísimo más complejo. Los medios informativos se han percatado, a pesar suyo, de que la revolución de la información ha resultado ser una espada de doble filo, pese a todas sus virtudes liberadoras.

Actualmente, es posible enviar en unos segundos un artículo completo al otro extremo del mundo y la comunicación puede crear comunidades más sólidas, informadas y comprometidas. Sin embargo, los modelos económicos que antes permitían retribuir a los periodistas se han quebrado, en muchos casos de modo irreparable.

El dinero con el que se financiaba el periodismo de interés público se ha evaporado y las salas de redacción luchan denodadamente por mantener sus principios éticos. Esto hace que hayan cobrado mucha más importancia las irregularidades de la prensa que venimos denunciando desde siempre: información sesgada políticamente, influencia indebida de los medios empresariales, conflictos de intereses y difusión de prejuicios.

En los últimos 15 años el periodismo de información ha decaído espectacularmente debido a que las tecnologías han transformado de arriba abajo los modos de comunicación de la gente y el funcionamiento de los medios informativos. Hoy en día, la mayoría de nosotros buscamos las noticias en los teléfonos móviles y las plataformas en línea, que se han enriquecido explotando los datos personales de los internautas y captando la publicidad lucrativa que alimentaba a los medios de información tradicionales.

El eco mundial de la Red de Periodismo Ético

Se cuentan por miles los medios informativos –sobre todo en la prensa de papel– que han echado el cierre, y por decenas de miles los periodistas que se han quedado sin trabajo. Esto reduce el acceso del público a fuentes de información fidedignas –sobre todo en el plano local y regional–, aun cuando los espacios de libre expresión se han ensanchado de modo espectacular.

Creada hace cinco años para apoyar al periodismo en este periodo de crisis, la Red de Periodismo Ético (EJN) es una coalición de más de 60 grupos de periodistas, redactores, propietarios de cabeceras de prensa y organizaciones de apoyo al periodismo. Su objetivo es promover la formación profesional y actividades específicamente destinadas a reforzar la ética y la gobernanza en los medios. Sus trabajos –que van desde la elaboración de un test para que los periodistas puedan denunciar los discursos de odio hasta la redacción de directrices sobre los reportajes de guerra y la producción de informes sobre la cobertura de las migraciones– encuentran un gran eco en periodistas de todo el mundo.

Debido al arraigo de la EJN en los medios de comunicación, sus informes plurinacionales gozan de gran credibilidad en la profesión, incluso cuando destapan noticias acalladas sobre la forma en que realmente trabajan los medios y sobre los problemas que plantea la autorregulación en la prensa.

Los sondeos realizados por la EJN en esta época de incertidumbres ponen de relieve que, independientemente del país en que trabajen –ya sea China, Egipto, Indonesia, Pakistán, Siria o Turquía–, los periodistas siguen apegados a la ética profesional y a su misión de informar sobre la veracidad de los hechos.

Ganarse la confianza del público

Esta fidelidad a la ética profesional tiene un valor inestimable en estos tiempos de transformaciones sociales que conducen a la cultura mundial de la comunicación a una transición caótica. Defender y promover el periodismo ético es ahora más importante que nunca, tanto para los profesionales de la prensa como para cualquier ciudadano que se esfuerce por obtener una información segura y fiable en el futuro.

Las informaciones falsas o trucadas (“fake news”), la propaganda política y empresarial y los abusos vergonzosos observados en las plataformas digitales suponen una amenaza para la democracia y, al mismo tiempo, abren nuevos frentes de combate a los defensores de la libertad de expresión, los decisores en materia de políticas y los profesionales de los medios. La ponzoñosa mezcla de las tecnologías digitales con las costumbres políticas corruptas y la explotación comercial del nuevo ámbito de la comunicación están creando fracturas por tensión continuada en el campo más vasto de la información pública.

Consciente de esa situación, la EJN ha promovido un nuevo debate sobre la necesidad de reconocer que el periodismo, por el hecho de estar sujeto a unas normas éticas, es esencial para recobrar la confianza del público.

Hemos comprobado que entre los profesionales del periodismo no está generalizado el deseo de elaborar un nuevo código deontológico. En efecto, los valores fundamentales de exactitud, independencia y tratamiento responsable de la información, que han ido evolucionando a lo largo de los últimos 150 años, siguen conservando su pertinencia, incluso en la actual era digital.

Por consiguiente, la EJN estima que se debe establecer una colaboración con el público de los medios informativos y los encargados de elaborar las políticas de información, a fin de persuadirles de que es necesario fortalecer el periodismo ético y de que éste puede ser una fuente de inspiración para los nuevos programas de promoción de una enseñanza básica de la información.

Principios cardinales

Actualmente, no son sólo los periodistas los que deben vigilar su lenguaje y respetar los hechos. Toda persona que tenga algo que decir en la esfera de la información pública debería comportarse con comedimiento y sentido de la ética.

La EJN sostiene que los valores éticos del periodismo –información conforme a los hechos, humanidad y respeto por los demás, transparencia y reconocimiento de los eventuales errores– constituyen principios cardinales por los que deberíamos guiarnos todos, incluidos los usuarios de las redes sociales y los que practican el periodismo ciudadano. No obstante, la adopción de esos principios no tiene que ser impuesta por la ley, sino voluntaria.

Preocupados por los abusos y las noticias falsas en línea, algunos gobiernos –incluso de países democráticos– han amenazado con multar a las empresas de servicios tecnológicos que no toman medidas para suprimir las informaciones malintencionadas y nocivas publicadas en sus plataformas digitales. Esto supondría limitar la legítima libertad de opinión y discrepancia. Sin embargo, es probable que esa limitación se vaya a imponer cada vez más a menudo, a no ser que las empresas se decidan a adoptar principios éticos de comunicación.

El problema es que los gigantes tecnológicos que dominan el espacio público de la información, como Google, Facebook, Amazon y Twitter, difunden informaciones en un entorno exento de valores. Además, a diferencia del periodismo profesional, no dan ninguna prioridad a la información en cuanto bien público. Su marketing pone en pie de igualdad el periodismo con cualquier otra información, aun cuando ésta sea malintencionada o injuriosa. 

Usar algoritmos para conseguir clics

El modelo empresarial consistente en utilizar algoritmos sofisticados y bancos de datos ilimitados que dan a acceso a millones de suscriptores apunta a un objetivo muy sencillo: fomentar una “información viral” que procure un número de clics suficiente para activar la publicidad digital. El hecho de que la información sea conforme a la ética, veraz y honrada no importa, lo que cuenta es que sea lo suficientemente sensacional, provocadora y sugestiva para atraer la atención de los usuarios.

Sea cual sea su grado de sofisticación, los robots digitales no se pueden codificar con valores éticos, porque los más calificados para gestionar esos valores son seres humanos sensibles, es decir, periodistas y redactores bien preparados, informados y responsables.

Las empresas de servicios tecnológicos han prometido tomar cartas en el asunto después de toda una reciente serie de escándalos: indignación suscitada por la censura de fotografías emblemáticas (véase la pág. 16), transmisión en directo de imágenes de tortura y asesinato, o quejas de grandes compañías por la aparición de sus publicidades en sitios web que preconizan el odio, el terrorismo y la pederastia. ¿Será suficiente esa promesa?

El 3 de mayo de 2017, a raíz de la indignación provocada por una violenta racha de vídeos de asesinatos, suicidios y violaciones colectivas, el patrón de Facebook, Mark Zuckerberg, prometió contratar a 3.000 revisores de contenidos suplementarios que vendrían a añadirse a los 4.500 miembros del “equipo de operaciones comunitarias” ya empleados en su empresa.

Como los suscriptores de Facebook se cifran en unos 2.000 millones, eso quiere decir que habría un revisor de contenidos por cada 250.000 usuarios más o menos. Un granito de arena comparado la cantidad de revisores que se necesitarían no sólo para vigilar y controlar el crecimiento de contenidos indebidos y faltos de ética, sino también para afrontar los peligros de la información propagandística, falsa y trucada. 

La democracia amenazada

Las empresas de servicios tecnológicos podrían adoptar una solución sencilla: aceptar su función de editores de prensa y aprovechar la vasta cantera de periodistas informados y observantes de principios éticos que la revolución de la información ha dejado en la estacada. Sabemos que esas empresas pueden permitirse el lujo de contratar a periodistas. En efecto, a principios de 2017 los valores de Facebook y Google se cifraban en unos 400.000 millones y en más de 600.00 millones de dólares, respectivamente. Ambas empresas figuran entre las más ricas del mundo.

Mientras los encargados de la elaboración de políticas y los magnates de las nuevas tecnologías se retuercen las manos, lamentándose de esta situación sin hacer nada por remediarla, cada vez hay más políticos sin escrúpulos que socavan la democracia y se inmiscuyen en los procesos electorales, recurriendo a estrategias que combinan mentiras e informaciones trucadas.

El inventor de la World Wide (WWW), Tim Berners-Lee, denunció recientemente esas estrategias. Este científico y universitario británico nos pone en guardia contra la invasión del universo virtual por parte de los gobiernos y las empresas de servicios digitales, y también contra la explotación de datos personales que está estrangulando a la Red. Sus críticas ponen de manifiesto la amenaza desestabilizante y perniciosa que entraña la utilización del marketing basado en noticias falsas en el ámbito de la política.

En una carta abierta fechada el 12 de marzo de 2017, día de la conmemoración del 28º aniversario de la WWW, Berners-Lee decía lo siguiente: “[…] durante el periodo electoral estadounidense de 2016, se llegaron a publicar a diario hasta 50.000 variantes de mensajes publicitarios en Facebook, una situación que es prácticamente imposible de controlar. Hay indicios de que algunas publicidades políticas se están utilizando de forma poco ética en Estados Unidos y el resto del mundo, por ejemplo para dirigir a los votantes hacia sitios web de noticias falsas o para hacer que votantes potenciales se mantengan alejados de las urnas. […] ¿Todo esto es democrático?”.

Denunciar la desinformación

Ese acertado interrogante también se planteó en Francia en vísperas de la elección presidencial de mayo de 2017, cuando piratas informáticos difundieron miles de archivos de correos electrónicos, falsos en gran parte, que se referían a Emmanuel Macron, el candidato que finalmente resultaría vencedor.

Los periodistas no pudieron examinar, verificar ni desmentir ese enorme cúmulo de informaciones, ya que la legislación francesa prohíbe debatir en público cualquier información sobre la elección durante las veinticuatro horas que preceden la votación. Sin embargo, esas informaciones se difundieron con toda libertad en las redes sociales.

Siempre cabe la posibilidad de que una información periodística sea inexacta, pero el periodismo ético admite sus errores y, lo que es más importante aún, proporciona una hoja de ruta para adoptar políticas susceptibles de estructurar un espacio público de información segura y fiable.

Aidan White

Aidan White (Reino Unido) es director de la Red de Periodismo Ético y autor del libro “To Tell You the Truth: the Ethical Journalism Initiative” [Para decirles la verdad – La Iniciativa de Periodismo Ético] (2008), en el que se presenta un panorama mundial de las cuestiones éticas relacionadas con el periodismo. White ocupó durante 24 años el puesto de secretario general de la Federación Internacional de Periodistas (FIP), cargo que abandonó en marzo de 2011. Es miembro fundador del Instituto Internacional para la Seguridad de la Prensa (INSI) y del Intercambio Internacional por la Libertad de Expresión (IFEX).

Medios de comunicación: verdad contra mentira
Julio-Septiembre 2017
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