Idea

India: la crisis sanitaria se ceba con los jóvenes

Drástico aumento del desempleo, serias dificultades para seguir los estudios a distancia, sentimiento de aislamiento, retorno forzoso a las faenas domésticas de las jóvenes de medios desfavorecidos: en un país donde casi la mitad de la población tiene menos de 25 años, son los jóvenes quienes pagan más caras las consecuencias de la crisis sanitaria.

Sébastien Farcis

Periodista en Nueva Delhi, India

El año 2020 comenzó bien para Gaurav, un veinteañero de Nueva Delhi aficionado al boxeo y pendiente aún de finalizar sus estudios de secundaria. En febrero un almacén de artículos deportivos del barrio Pul Bangash, en el Viejo Delhi, le ofreció su primer trabajo: un puesto de vendedor. Pero la pandemia del COVID-19 cortó de cuajo su primera experiencia laboral. “Los servicios colectivos de transporte fueron siendo cada vez menos frecuentes, hasta cesar por completo”, explica el joven. “Y como no podía pagar a diario un taxi para ir a trabajar, tuve que renunciar a mi empleo”. De todas formas, Garauv no habría podido mantener su puesto, ya que el 25 de marzo se impuso en la India un drástico confinamiento que paralizó la economía durante más de seis meses, haciendo añicos los sueños de emancipación de buena parte de la juventud. 

La población de la India es una de las más jóvenes del mundo. Casi la mitad de sus habitantes, algo más de 600 millones de personas, tiene menos de 25 años y, como Gaurav, muchos acceden a duras penas al mercado de trabajo. Según cálculos basados en el último censo demográfico realizado en 2011, la franja de población de 18 a 23 años de edad representa hoy el 11,5% de la población total del país, esto es, unos 157,7 millones de personas que constituyen el sector de la mano de obra con menos experiencia laboral y, por ende, con más posibilidades de quedarse sin empleo en momentos de recesión económica. 

La juventud urbana especialmente afectada

La crisis económica ocasionada por la pandemia del COVID-19 es la más grave padecida por la India desde que conquistó su independencia en 1947. En el ejercicio fiscal 2020-2021, el PIB nacional cayó en un 8,5%, y la encuesta trienal realizada en 170.000 hogares por el “Centre for Monitoring Indian Economy” mostró que un 41,2% de las personas interrogadas perdió su trabajo entre diciembre de 2019 y abril de 2020. Entre los jóvenes de 15 a 24 años, el índice de pérdida de empleo ascendió a un 58,5%. Según Paaritosh Nath, investigador en economía de la Universidad Azim Premji de Bangalore, “la crisis ha afectado mucho más a la juventud de la ciudad que a la del campo, porque el sector agrario no interrumpió sus actividades y el programa rural de empleo público garantizado pudo ofrecer un gran número de empleos. Sin embargo en las ciudades no existen programas de este tipo, sólo en algunos estados”. 

El confinamiento generalizado también supuso un obstáculo para los avances en la emancipación de las jóvenes indias, como Shabri. Esta joven de 24 años, habitante de una barriada de chabolas de Nueva Delhi, había empe­­­­zado en diciembre de 2019 una formación profesional impartida por la ONG “Life Project For Youth” (LP4Y) especializada en formar a jóvenes de 17 a 24 años. Durante el confinamiento llevó muy a mal la obligación de trasladarse a vivir con su familia. “Fuimos a casa de mis abuelos, en las afueras de Bihar, un estado situado al este del país, y una vez allí me vi obligada a encargarme de todas las faenas domésticas”, explica entrecerrando los párpados por encima de la mascarilla de tela. Sin embargo, este serio contratiempo no hizo sino reforzar su motivación por los estudios. Cuando su padre reemprendió poco a poco la venta ambulante de té, Shabri volvió a reanudar sus cursos.

La asociación LP4Y se ha convertido en una auténtica tabla de salvación para los naufragados de la crisis sanitaria. Antes de reanudar las clases, los voluntarios de esta ONG tuvieron que acondicionar de nuevo las aulas inundadas por el monzón. Director del centro docente que ocupa tres exiguos pisos de un edificio del barrio popular de Paharganj, situado en el casco histórico del Viejo Delhi, Romain Butticker recuerda que “en septiembre, cuando pudimos abrir de nuevo, todas las terrazas estaban llenas de lodo”. Después de ímprobos esfuerzos para contactar de nuevo a los 30 becarios del programa de formación profesional, éstos pudieron volver a clase en diciembre. Butticker señala que “la epidemia resultó catastrófica para todos estos jóvenes que viven en chabolas donde se amontonan en una sola habitación hasta seis o siete personas; antes del confinamiento se formaban con la esperanza de un futuro mejor, y de repente todo se ha parado”. Los estudiantes han regresado un tanto hastiados, pero ansiosos por salir adelante. 

Cursos por teléfono

La crisis también afectó de lleno al 25% de la población joven del país que cursa estudios superiores. Con la pandemia las clases pasaron a ser virtuales, y si en las universidades privadas la conversión a la enseñanza a distancia se hizo en condiciones aceptables, en las públicas resultó ser más difícil, en particular para los estudiantes de medios sociales más modestos o que viven fuera de los grandes núcleos urbanos. “Todas las clases se impartían por audios de WhatsApp”, explica Munazza, una estudiante de 24 años matriculada en el último curso de máster de inglés en la universidad pública Jamia Millia Islamia de Nueva Delhi. “Era la única forma de seguir el curso que teníamos los estudiantes que, como yo, tuvieron que volver a Cachemira”. 

La pandemia agudizó las desigualdades sociales y obligó a millones de estudiantes a interrumpir sus estudios. El pasado mes de diciembre, al sur del país, en el distrito de Mysore, un 43% del estudiantado de las universidades públicas había desertado los estudios del último año de licenciatura. Entre las jóvenes, el índice de deserción ascendía a un 65%. “Seriamente afectadas por la crisis, muchas familias han optado por casar a sus hijas”, según dice la socióloga y autora feminista Manjima Bhattacharjya. 

Los que prosiguieron sus estudios se sintieron a menudo aislados. Munazza, por ejemplo, se quedó sola en Nueva Delhi cuando sus compañeras de apartamento abandonaron la ciudad debido al confinamiento. “Una vez que se fueron –nos cuenta– no podía estudiar, e incluso cocinar me costaba un gran esfuerzo”. Además, sus esperanzas de encontrar un trabajo cualificado y debidamente remunerado se desvanecieron. “Me ofrecieron trabajar tres horas diarias por un salario inferior al de un taxista. ¿Para eso me he pasado yo cinco años estudiando…?”, se lamenta.

Al final, Munazza se dedicó a colaborar con grupos de estudiantes que ayudan a miles de trabajadores emigrados a las ciudades que se han quedado sin trabajo y que no pueden regresar a sus zonas rurales de origen por falta de transportes. Esta joven obtuvo por fin su máster en junio y ahora trata de matricularse para cursar un doctorado, pese a que las universidades tardan meses en proporcionar los formularios de inscripción por cierre o falta de personal. Sin embargo, el año de crisis sanitaria no ha tenido solamente efectos negativos para Munazza porque, como ella misma reconoce, le ha ayudado a madurar y conocerse mejor. “Soy inquieta por naturaleza y me he dado cuenta de que tengo que aprender a tranquilizarme y entonces todo saldrá bien”.

20 años, ¿la flor de la vida?
UNESCO
Abril-Junio 2021
UNESCO
0000376726