Idea

Judith Santopietro: “Podemos reconstruirnos gracias a la escritura”

Poeta natural del estado de Veracruz, en México, Judith Santopietro vive actualmente entre su país de origen y Estados Unidos. Determinante de su historia, la experiencia de la migración es también central en su obra, así como en los talleres de escritura que organiza con mujeres migrantes residentes en Estados Unidos. Redactados en español, su lengua materna, sus textos contienen términos en náhuatl, quechua o aymara que aportan no solo sonoridad, sino una visión del mundo. Ha publicado los libros Palabras de Agua (2010) y Tiawanaku. Poemas de la Madre Coqa (2019).
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¿Qué papel desempeña la escritura en su vida? 

La escritura juega un papel central en mi vida. Llegué a Estados Unidos en 2012, estuve en Texas algunos años y regresé a México, pero voy y vuelvo. Además de escribir, organizo y coordino talleres de escritura con mujeres migrantes indígenas de México radicadas en Estados Unidos.

Me interesa que estos talleres no sean un proceso donde las mujeres escriben justo para rellenar una investigación, sino que haya algo más que las motive a hacerlo, que la escritura funcione como un detonador. No se trata de sanar por la escritura, sino de un proceso que funciona para recordar la identidad en un territorio nuevo como Estados Unidos, donde estas personas se levantan desde cero y crean esa comunidad para protegerse, para sobrevivir y para disfrutar. Se trata de quitar ese velo de que en la migración todo es sufrimiento. Sí, hay momentos de dolor, pero no resumen la historia de esas mujeres. 

Su último poemario: “Tiawanaku. Poemas de la madre Coqa”, publicado en 2019, narra el largo y peligroso peregrinaje de una mujer aymara por las alturas y mesetas de los Andes. ¿Cuál es su relación con este personaje?

Tiawanaku es la voz de una mujer que atestigua, que es desplazada, que huye de su país, México, que está en plena guerra contra el narcotráfico, y que viaja a los Andes. Hay una gran proximidad entre ese personaje y yo misma. Viajé de Lima a La Paz en autobús. Más de treinta horas de viaje. 

Escribí ese libro en un momento en el que yo no podía enunciar del todo esta violencia y no quería caer en un discurso que me victimizara, pero, ahora, después de participar en proyectos sobre migrantes y refugiados en México, con colectivos que buscan a los desaparecidos, entiendo la importancia de contar eso también: que uno se vuelve frágil y que muchas cosas se rompen, pero que uno se puede reconstruir a partir de esa experiencia.

Este viaje fue para usted la ocasión de familiarizarse con la cosmogonía andina. ¿Cómo impregnan esas lenguas su obra? 

Realmente sucedió de una forma puramente orgánica, porque Tiawanaku (nombre de una antigua ciudad arqueológica de Bolivia) no era un libro pensado desde su inicio como tal, sino que crear fue ese punto de fuga en el proceso de viejos traumas. Escribía sin parar, todo lo que veía lo registraba, y también recorría la ciudad y los pueblos aledaños porque finalmente estaba buscando mi lugar en el mundo, y lo recorría, y lo escuchaba.

Al principio me costaba entender ese español de los Andes, pero fui conectando y escuchando atentamente, y entonces vi que había conceptos del aymara, del quechua y de otros idiomas del Altiplano entrelazados. Vi cómo estaban impregnados en ese español. 

¿Cree usted que la revitalización de las lenguas indígenas pasa por deconstruir la jerarquía lingüística?

Justamente van a sacar una nueva edición de Tiawanaku en México y recientemente me decía la editora: “va a haber que poner en cursiva esas palabras, los conceptos en otras lenguas”, y yo le decía: “no, no, no”. Porque esto obedece a una parte de desjerarquizar lingüísticamente, y no se trata de ver esos términos en otras lenguas como “palabras intrusas”, sino de mostrar cómo todas estas palabras, e incluso la sintaxis de ese español, ha sido fuertemente alterada por la convivencia con las lenguas indígenas que estuvieron primero. 

El español de los Andes está fuertemente impregnado, incluso a nivel sintáctico, de los aportes de las lenguas indígenas

El español que se habla en los países de habla hispana está totalmente impregnado de ese conocimiento y ese saber, basta con investigar un poco para ver que bajo conceptos como quipu, que es nudo, o atadura en kechua, o ajayu, energía cósmica, hay toda una construcción de ver el mundo, con los seres animados, con los fenómenos naturales. Y eso lo aprendí con las historias orales en mi pueblo, pero también con la lengua. Cuando aprendí náhuatl, vi que hay una jerarquización de los seres animados e inanimados. Y lo mismo en otras muchas lenguas indígenas. Las piedras son animadas o inanimadas, pueden estar habitadas, pueden tener un espíritu. Uno ve en los procesos rituales y en todo el ritual del rezo cómo esos términos están conectados con la divinidad para interceder y curar.

Eso me parece muy poderoso, pero hay un proceso fuerte de riesgo de desaparición de estos idiomas. Tardé mucho tiempo en entender que el español que hablaban en mi casa estaba totalmente impregnado por el náhuatl y reconocer términos fue como ver luces que me iluminaron toda la raíz desde la que venían mis ancestros.

Además de la literatura y de la propia experiencia, ¿qué otros medios se le ocurren para acceder a esas cosmogonías existentes?

Creo que es fundamental el proceso de la escucha activa, que es algo que utilizo muchísimo para escribir. Cuando diseño y desarrollo talleres de escritura, normalmente dirigidos a población migrante, refugiada, y donde abordo temas con poblaciones más vulnerables que necesitan un tratamiento muy específico, uso esa escucha para enseñar a escribir. Porque la escritura funciona como una forma de liberar muchísimas emociones, de ponerlas en orden, y creo que esa escucha activa es esencial.

La escritura es una forma de liberar emociones y poner orden

Y además nos ayuda a entender al otro, a los demás. No solo nos ayuda a conocer personajes y entender su ritmo, sino a entender cuáles son las preocupaciones de los demás por migrar, en este caso. Siento que no nos hemos detenido a pensar por qué estas personas se fueron de sus países, qué ha pasado durante toda esta trayectoria y creo que, al entenderlo, al escuchar sus razones gracias al proceso de escucha activa, y al acceder a sus historias familiares, generamos mucha más empatía y podemos entender mejor este mundo.

Vuestra obra se encuentra a medio camino entre la prosa y la poesía. En este contexto, ¿qué aporta la forma poética?

Además de la escucha activa, otro mecanismo de acceder a las cosmogonías existentes es la poesía: un instante, una imagen que se abre y que nos deja ver lo inusual dentro de la vida cotidiana. 

Si lo comparamos con una obra narrativa, una novela o un cuento, la poesía nos deja ver parcelas de lo inusual, o de lo que en la vida cotidiana no percibimos por esta rapidez con la que vamos. Que escriba poemas narrativos ha sido parte de una transición no planificada.

¿Qué consejo daría a quienes se inician en la poesía?

Pues justo ese: cambiar de lugar. No ser solo la voz que enuncia, sino la voz que escucha, la voz que observa antes de escribir. Detenerte un momento, cuestionar dónde estás situada, hacia dónde quieres encaminar tu escritura, con quién quieres conversar… para mí ha sido la parte fundamental para crear los nuevos libros en los que estoy trabajando. Antes de pensar solamente en el instante o en la gran imagen del poema, tengo que preguntarme cuál es mi voz en el mundo y en qué quiero situar esa luz cuando estoy escribiendo. No solo es necesario leer poetas clásicos, contemporáneos, sino también leer en otras lenguas, algo que te mueva de tu lugar.

Me gusta muchísimo leer a poetas de los pueblos de las naciones originarias en Estados Unidos y de naciones originarias de la que hoy es Latinoamérica y sorprenderme con estas nuevas formas de concebir la naturaleza, el ser humano, la mujer, el nacimiento, el principio de esperanza y la lucha por el territorio. 

También hay que tener presente que no todo tiene que ser publicado. Me parece muy importante que haya una forma activa de participar con la comunidad, compartir poesía o historias, y que la gente se sienta parte del proyecto, decida qué historias va a contar y escribir, y no intentar utilizar esas obras ni publicarlas. 

Por último, ¿cuáles son sus proyectos más inmediatos?

Estoy escribiendo mi primera novela y siento que estoy renaciendo como escritora. Se trata de la historia de una mujer indígena, a la que quiero dar una posición distinta y que sea una protagonista con agencia, que no por ser inmigrante sufra durante todo el relato, y que tenga una posición digna sin que por esto sea idealizada. 

Además, estoy escribiendo un libro sobre desaparición forzada. Quiero contar la cohesión de las mujeres en esa búsqueda, cómo es el acto cotidiano y el ritual privado de los buscadores, cómo es la materialidad a la que se enfrentan, el trabajo en el campo, los instrumentos que han creado. Este segundo libro es de “poesía documental”. El cambio de lugar para adquirir perspectiva también se aplica al cambio de género literario. Todo un reto.