Idea

Vinciane Despret: “La lucha contra la extinción de las especies debería movilizar pasiones alegres”

© Valentin Bianchi / Hans Lucas

Filósofa y psicóloga, profesora de la Universidad de Lieja y de la Universidad Libre de Bruselas (Bélgica), Vinciane Despret pone en tela de juicio, de manera impertinente, nuestra relación con los animales en libros como Quand le loup habitera avec l’agneau [Cuando el lobo conviva con el cordero], Penser comme un rat [Pensar como una rata] o Habiter en oiseau [Vivir como un pájaro]. Mediante una observación aguda de la conducta animal, Despret se esfuerza por cambiar nuestra perspectiva de los seres vivos, incluso a través de la ficción, como hace en su último libro Autobiographie d’un poulpe [Autobiografía de un pulpo].

Entrevista realizada por Agnès Bardon

UNESCO

Durante siglos, la tradición filosófica occidental ha sostenido la idea de que el hombre es superior a los animales. ¿Cuándo empezó a cambiar esta perspectiva?

En la filosofía francesa predomina una concepción según la cual los animales carecen de alma, y el hombre es un ser excepcional. Esta visión ha determinado en gran medida nuestro comportamiento hacia los animales, ya sea en la forma de comerlos, encerrarlos o de obligarlos a servirnos. Esta ideología se refleja también en la estructura misma del idioma. Cuando hablamos de los animales, hay tendencia a usar fórmulas sintácticas que los convierten en seres pasivos. Se dice que están sujetos al determinismo, que actúan movidos por sus hormonas, sus pulsiones y por factores biológicos o ecológicos. En su libro Mélodie-Chronique d’une passion, [Melodía crónica de una pasión] el autor japonés Akira Mizubayashi se pregunta sobre las palabras que debería emplear para hablar con su perra, ya que él usa una lengua, la de Descartes, que se forjó contra los animales.

En lo que se refiere a la tradición conductista anglosajona, ésta transforma a los animales en entes mecánicos. Es particularmente evidente en los experimentos realizados con ratas. Cuando se estudia el proceso de aprendizaje de este animal, no se busca determinar sus competencias específicas, sino reproducir un tipo de aprendizaje típicamente humano. Una rata que se suelta en un laberinto reproduce el modo de pensar de un alumno que trata de memorizar una lección, porque al animal se le impide utilizar sus propios métodos, que consisten en depositar su olor en algunos lugares para disponer de puntos de referencia. La mecanización de los animales que llevó a cabo el conductismo tuvo consecuencias importantes, ya que sus métodos pueden transformar a un animal inteligente en un juguete mecánico, si uno se limita a hacerle pulsar algunos botones.

Hubo que esperar al inicio de la década de 1990 para que la visión del animal-máquina empezara a cuestionarse

Hubo que esperar al inicio de la década de 1990 para que esta perspectiva del animal-máquina empezara a cuestionarse, sobre todo gracias al trabajo del filósofo francés Jacques Derrida. En su libro L’animal que donc je suis, [El animal que soy] Derrida critica la falta de curiosidad que la filosofía ha manifestado hacia los animales. Denuncia lo que denomina el “desconocimiento interesado”, que llevó a los filósofos a elaborar textos sobre los animales sin tratar realmente de conocerlos. Sin esta falta de conocimiento, las relaciones entre los animales y los seres humanos habrían sido muy diferentes.

Sus trabajos acerca de los animales, que ya se han granjeado un extenso reconocimiento, fueron recibidos al principio con cierto escepticismo. ¿Cómo explicar esta desconfianza de la comunidad científica?

Los animales son objetos problemáticos para las ciencias humanas. El antropólogo francés Albert Piette demostró que el estudio del fenómeno religioso y el de los animales, por distantes que parezcan, presentan las mismas dificultades para quienes los investigan. Si usted toma en serio la idea de que Dios existe, está practicando la teología. Si usted, en lugar de interesarse por Dios en sí mismo, se interesa por su representación, está practicando la sociología. El estudio de los animales plantea un problema análogo: bien usted habla de los animales en sí mismos, y en ese caso sus trabajos pertenecen al ámbito científico -la zoología o la veterinaria, por ejemplo-, bien usted trata su dimensión simbólica en una perspectiva social o cultural. Algunos de mis trabajos han sido recibidos con cierto recelo, porque yo quería trabajar en el ámbito filosófico sobre animales reales, no sobre su representación. Cabe señalar que a menudo son las mujeres quienes han estudiado los temas más problemáticos, porque sus preferencias no se orientaban hacia temas más elevados, como el animalismo o la religión. Y como ellas se encontraban en una cierta situación de marginalidad, disponían de un margen de maniobra más amplio.

Desde hace algunos años se ha descubierto que los animales poseen competencias que no habíamos sospechado. ¿Qué consecuencias pueden tener dichos hallazgos?

Es más interesante considerar a los animales como protagonistas, porque esa idea nos permite entrar en un cuadro conceptual diferente, que deja margen a la intencionalidad. Los fenómenos observados dan lugar así a nuevas interpretaciones. Si usted considera a los animales como seres movidos únicamente por la necesidad de sobrevivir y reproducirse, entonces hace caso omiso del conjunto de competencias sociales y cognitivas de las que disponen. 

Esto resulta aún más cierto cuando se comprueba que muchos comportamientos animales son sumamente discretos. Yo he tenido la oportunidad de observar, por ejemplo, al turdoide árabe, un pájaro que vive en el desierto. Si una de estas aves, -macho o hembra- decide emparejarse con otra, el grupo no debe saberlo porque, en principio, solo se reproducen el macho y la hembra alfas. Para alcanzar sus fines, el turdoide debe desplegar una estrategia muy compleja, consistente en tomar con el pico una brizna de paja y señalar levemente con ella en dirección a su futura pareja, para iniciar la comunicación. Pero esta relación pasará totalmente inadvertida si usted no es capaz de imaginar que los pájaros puedan ser capaces de una conducta así.  

La distinguida primatóloga británica Thelma Rowell, que cambió nuestros conocimientos sobre los babuinos, se ha planteado el interés que sentimos por los simios y por sus capacidades cognitivas. Rowell se planteó la siguiente cuestión: ¿nos hemos formulado preguntas interesantes acerca de los monos y hemos tratado de poner de relieve su inteligencia porque son nuestros parientes más cercanos? Creemos, a la inversa, que los carneros son tontos, pero tal vez sea simplemente porque no hemos tratado de indagar en su inteligencia. Los buenos científicos avanzan mediante la formulación de diversas hipótesis. 

En su último libro, Autobiographie d’un poulpe [Autobiografía de un pulpo], usted emprende el camino de la ficción e imagina que los wómbats, las arañas y los pulpos nos envían mensajes codificados. ¿La ficción es para usted un medio de hacer avanzar la reflexión filosófica?

Yo asocio la ficción al juego. El juego libera a las cosas de su ser. Mi bolígrafo puede convertirse en una espada, mi perra puede transformarse en un caballo y un trozo de papel puede ser un avión. En la ficción, es posible emanciparse de determinadas limitaciones del mundo real y hacer las cosas de otra forma, es posible liberar posibilidades que bullían bajo la superficie y que antes no veíamos.

La ficción también nos permite llevar las cosas más lejos y examinar situaciones que todavía no se han producido. Hace unos veinte años, los científicos rechazaban completamente la idea de que existiera una cultura animal y sostenían que la cultura era una realidad exclusivamente humana. En la actualidad, mirando retrospectivamente, nos preguntamos cómo pudimos ser tan tontos.

De igual manera, nadie creía en la posibilidad de que las aves pudieran hacer un uso semántico y sintáctico del lenguaje. Se creía que los pájaros empleaban onomatopeyas emotivas y se descartaba la posibilidad de que existieran diferentes sonidos para designar a diversos tipos de depredadores. El lenguaje era un asunto exclusivamente humano. Ahora podríamos reírnos de nuestra ignorancia entonces. 

Para mi, la ficción es un medio para imaginar de qué nos reiremos dentro de cincuenta años. A través de esos relatos de anticipación sobre el wómbat (un marsupial australiano) o el pulpo, he tratado de otorgar a esos animales un grado más de intencionalidad. Tal vez la ciencia no avance en esa dirección pero, en cualquier caso, es una manera de abrir nuevas posibilidades. Y es también una forma de anticiparme a la risa que provocará nuestra ignorancia actual, no para huir de ella, sino para decir que sabemos que algún día alguien se reirá de nuestros errores de hoy.

Año tras año, los informes científicos relatan la triste crónica del declive de la diversidad biológica. ¿Por qué seguimos siendo insensibles a la extinción de las especies?

Hablar de extinciones en términos numéricos es algo sumamente útil. Es preciso que se documenten las extinciones; es un requisito indispensable para que nos alarmemos de la situación, pero no es suficiente, ya que las cifras no nos conmueven. Es así. Las desapariciones de especies enteras no nos afectan directamente porque hemos alcanzado un grado tan alto de urbanización que ya no tenemos mucho contacto con los demás seres vivos. Por ejemplo, desde hace algunos venimos viendo que los parabrisas de los automóviles ya no están cubiertos de insectos, pero no hemos comprendido las implicaciones de este cambio. No hemos relacionado este hecho con otros fenómenos. 

Hablar de extinciones en términos numéricos es útil, pero no es suficiente, ya que las cifras no nos conmueven

Como ha explicado el filósofo y sociólogo francés Bruno Latour, la carencia esencial de la nueva clase ecológica es de tipo afectivo. Tradicionalmente, la izquierda se ha apoyado sobre las emociones vinculadas a la libertad, la justicia y el progreso, que han sido otros tantos vectores de movilización. También la derecha ha sabido cultivar emociones ligadas a los conceptos de valor y grandeza. Pero cabe preguntar: ¿cuáles son las emociones de la clase ecológica, la que debe luchar contra el antropoceno?

Algunos investigadores tratan hoy de responder a esta pregunta. Por ejemplo, el filósofo medioambiental australiano Glenn Albrecht ha creado el concepto de solastalgia para describir el sufrimiento que causa el hecho de no poder reconocer el lugar donde vivimos en el pasado, porque ha sido excesivamente dañado. Es una emoción poderosa. Jóvenes investigadores como la historiadora del arte francesa Estelle Zhong o el filósofo francés Baptiste Morizot rebuscan actualmente entre nuestros instrumentos afectivos los elementos que nos permitirían estar más en sintonía con el estado actual del mundo. La dificultad radica en que es preciso trascender las pasiones negativas, que son paralizantes, y poder identificar también las pasiones alegres y positivas.  

En su libro Garder l’espoir [Esperanza en la oscuridad], la escritora estadounidense Rebecca Solnit nos anima a recuperar el recuerdo de las luchas pasadas, para no caer en la desesperanza. Tendemos a olvidar que muchas victorias se lograron gracias a muchas luchas. Revivir la memoria de esos combates es también un modo de generar pasiones alegres. 

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January-March 2023
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