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La selva de la cuenca del Congo, un tesoro frágil

El corazón verde de África central es uno de los mayores sumideros de carbono del mundo. Pero ese patrimonio natural, esencial para el futuro del planeta, está en peligro. En la República Democrática del Congo, ciudadanos e instituciones se movilizan para tratar de frenar la deforestación.
Yangambi’s flux tower

Coralie Pierret

Periodista en Goma (RDC)

Los viejos edificios coloniales de la Universidad de Kisangani, en la República Democrática del Congo (RDC) no siempre estuvieron dedicados al estudio de las ciencias del medio ambiente. Hasta la década de 1970, los decrépitos locales de ladrillo rojo acogían almacenes de tabaco. Fue por aquel entonces cuando un biólogo polaco plantó los primeros arbustos en el patio de esta antigua fábrica.   

“Recogió plantas en diversas zonas del país y las replantó aquí”, explica el profesor Pionus Katuala, que parece minúsculo en medio de los árboles cincuentenarios. Hoy en día, el jardín botánico se ha convertido en un auténtico muestrario de la selva de la cuenca del río Congo donde los alumnos estudian la regeneración de la vegetación.   

La restauración y preservación de ese enorme tesoro natural es indispensable para la lucha contra el cambio climático. Por sí solo, este macizo forestal, que abarca Gabón, la República del Congo, la República Democrática del Congo, la República Centroafricana, Guinea Ecuatorial y Camerún, representa una reserva de dióxido de carbono (CO2) equivalente a diez años de emisiones mundiales. En la RDC, la selva cubre aproximadamente el 60% de la superficie del país.

La selva de la cuenca del río Congo representa una reserva de dióxido de carbono (CO2 ) equivalente a diez años de emisiones mundiales

En la provincia de Tshopo, donde se encuentra la universidad, todavía sobreviven algunos bosques primarios con especies milenarias. “Si queremos preservarla, hay que formar a la gente para que explote la selva sin destruirla completamente”, señala Pionus Katuala. Cada año, en la universidad se gradúan de 25 a 30 jóvenes en “gestión de recursos naturales renovables”, pero al decano de la facultad le inquieta el paso del tiempo. En 2020, unas 491.000 hectáreas de selva original desaparecieron en el país.

“Nuestro supermercado es la selva”

Culpables: la agricultura, el desarrollo de obras de infraestructura y el crecimiento demográfico, que acelera el proceso de deforestación. “¿Nuestro supermercado ? La selva. ¿Nuestra farmacia ? La selva. Solo sobrevivimos gracias a ella”, afirma Jean Akaluko, presidente de los Tourombou, una de las muchas comunidades que pueblan la cuenca del Congo. De aquí a 2050, el número de habitantes de la región se habrá duplicado y rozará los 370 millones.

En las orillas del majestuoso río Congo, Ikongo Romain, situada a un centenar de kilómetros de Kisangani, es una de las pocas aldeas donde se sensibiliza a la ecología desde la primera infancia. En las aulas, los alumnos entonan su canción preferida: “Baté la zamba”, que en lengua lingala significa “proteger la selva”. En el vivero de la escuela trasplantan 50 matas de cocotero. “Hemos decidido replantar especies que aquí se usan diariamente. Tratamos de demostrar a los niños la importancia de los árboles”, explica el profesor Emile Bouli Bongosso.

En esta aldea, los vecinos se  baten con las autoridades locales para obtener el título de propiedad de un trozo de selva. El objetivo es explotar el bosque, pero de manera sostenible. “Para lograrlo, el primer paso consiste en asegurar la propiedad del terreno. La comunidad necesita la autorización del Estado para convertirse en propietaria legal. Y los trámites, muy engorrosos, se iniciaron en 2019”, afirma Oulda Ruiziki, la ingeniera que coordina el proyecto forestal comunitario en Cifor, el Centro Internacional de Investigaciones Forestales.

El otro caballo de batalla de este instituto consiste en luchar contra la producción abusiva del célebre “makala”, que en lengua local significa ‘carbón’. “Hasta hace pocos años, la madera para fabricar ese carbón era accesible en las inmediaciones de las aldeas. Ahora, hay que recorrer cinco o siete kilómetros para encontrarlo”, explica George Mumberé, investigador del Cifor. En un país en el que menos del 10% de los habitantes tienen acceso a la electricidad, el uso de leña, sobre todo para cocinar, es una cuestión de supervivencia. El Cifor no se plantea impedir que la población aproveche los recursos de la selva, si no que los anima a replantar y a usar técnicas como la carbonización eficaz, con el fin de economizar la materia prima.

Iniciativas aisladas

Pero esas medidas siguen siendo iniciativas demasiado aisladas como para que alcancen una repercusión mundial. Para invertir la tendencia y luchar eficazmente contra la deforestación, se han puesto en marcha mecanismos internacionales. Es el caso de REDD -Reducción de emisiones derivadas de la deforestación y el deterioro de los bosques-, que promete remunerar a los países que suscriban el contrato mediante el cual se valora el carbono almacenado en los árboles. En este contexto, en la RDC, algunas agencias privadas se han lanzado en la aventura de vender “créditos de carbono” en el mercado voluntario abierto a las empresas, las instituciones o los particulares que deseen compensar sus emisiones de CO2.  

En Yafunga, una localidad de la provincia de Tshopo, los vecinos esperan todavía los dividendos prometidos por la empresa privada Jadora. En 2009, los directores de esta compañía lograron convencerlos para que dejaran de talar la selva. Gracias a esa medida, la empresa vendió unos 780.000 créditos de carbono a la aerolínea Delta Air Lines y a la firma italiana de hidrocarburos Eni, pero los beneficios no han llegado todavía. ¿Resultado? Se han reanudado las prácticas de agricultura de desbroce y quema, consistente en despejar una parcela mediante el fuego para luego sembrarla. “¿Qué ganamos nosotros, la población, si preservamos la selva?”, se pregunta un docente. Esta experiencia ha dejado un sabor amargo entre la población local, que se ha quedado con la impresión de que su tierra ya no les pertenecía y que el acceso a la selva estaba prohibido. 

Los mecanismos de compensación propuestos a las comunidades locales para que dejen de desbrozar la selva han resultado poco creíbles

En la RDC, las compensaciones o las alternativas propuestas a las comunidades locales han resultado poco creíbles. Y mientras tanto, los científicos avanzan en sus estudios. La selva de la cuenca del río Congo está lejos de haber revelado todos sus secretos. Incluso su superficie es objeto de debate: según quién hace las estimaciones, la superficie abarca de 180 a 230 millones de hectáreas. 

Comprender para conservar

El centro de investigaciones de Yangambi, situado en el corazón mismo de la cuenca del Congo, se dotó en 2020 de una torre eólica por aceleración de flujos para comprender mejor la contribución de la selva tropical a la mitigación del cambio climático. A 55 metros de altura, justo por encima de la bóveda forestal, la torre recoge datos que permiten estudiar el intercambio de gases de efecto invernadero entre la selva y la atmósfera.

En un edificio antiguo, vestigio de la época colonial, Elassi Ramazani recopila, almacena y conserva plantas desde hace decenios en su herbario, el mayor de África Central. “Es aquí donde está la memoria”, relata el botánico ante los cajones de su alacena, cuidadosamente alineados por orden alfabético. Casi el 40% de la flora del Congo está representada allí, pero el tiempo apremia. “El peligro inminente no es el que viene del exterior, sino la amenaza interna, la que procede de nosotros mismos, los congoleños. ¡Somos muchos! ¿Cómo vamos a frenar la destrucción de la selva?”, se lamenta.

Elassi Ramazani
Elassi Ramazani es botánico en el Centro de Investigación de Yangambi. Su herbario, el mayor de África central, recoge cerca del 40% de la riqueza vegetal del país.

La RDC se ha proclamado como “país solución” a la crisis climática, gracias a los sumideros de carbono que la selva representa. En 2021, la Iniciativa en pro de las selvas de África Central (CAFI) le prometió 500 millones de dólares, pero la venta de concesiones petroleras y gasísticas realizada en julio de 2022 es alarmante. Algunos de esos permisos de explotación se sitúan en el tramo central del río Congo, una zona rica en depósitos de turba. Se trata de un sumidero de carbono de equilibrio frágil, que podría liberarse en la atmósfera si su ecosistema fuese perturbado.

La reserva de biosfera de Yangambi, centinela de la biodiversidad

En 1976, la reserva de biosfera de Yangambi, ubicada en el corazón de la cuenca del Congo, en el noreste de la República Democrática del Congo (RDC), fue una de las primeras en unirse a la Red de Reservas de Biosfera de la UNESCO.

Hoy en día, vuelve a destacar como pionera. En marzo de 2022, una iniciativa encaminada a convertir esta reserva de biosfera en un centro de conocimiento sobre el clima y la biodiversidad fue puesta en marcha gracias a la financiación de Bélgica. La Universidad belga de Gante, uno de los principales socios del proyecto, instaló la torre Congoflux.

Con una altura de 55 metros, esta torre se eleva 15 metros por encima de la cubierta forestal y recoge datos sobre los intercambios de vapor de agua y de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono, el óxido nitroso y el metano, entre la atmósfera y el bosque. Estos datos contribuirán a mejorar nuestro conocimiento sobre el papel que desempeña el bosque en la captura de carbono y, por lo tanto, en la mitigación del cambio climático.

Las informaciones obtenidas son especialmente importantes para planificar la adaptación al cambio climático a escala local, pero también a nivel mundial. La Universidad de Gante ha obtenido la validación de sus datos por parte del Sistema Europeo de Observación del Carbono (ICOS), lo que le permite compartirlos a nivel mundial.

El proyecto también prevé que el Centro de Monitoreo de la Biodiversidad, ubicado en la cercana ciudad de Kisangani, realice un seguimiento de la salud de los ecosistemas utilizando cámaras térmicas y drones, y recogiendo muestras de ADN ambiental (ADNe), una técnica no invasiva de identificación de especies en entornos naturales.

Coordinado por la UNESCO, este proyecto se implementa en colaboración con la Escuela Regional Postuniversitaria de Ordenación y Gestión Integradas de Bosques y Territorios Tropicales, el Instituto Nacional de Estudios e Investigaciones Agronómicas y el Servicio de Programas sobre el Hombre y la Biosfera del Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible.

La llamada del bosque
El Correo de la UNESCO
julio-septiembre 2023
UNESCO
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