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Camille Ammoun: “Beirut es una ciudad que lucha, una ciudad herida, una ciudad extenuada”

Especialista en temas de resiliencia y sostenibilidad urbana, Camille Ammoun también es escritor. Su último libro, Octobre Liban, un paseo por la calle que bordea el puerto de Beirut, es la oportunidad de esbozar, sin concesiones, el retrato de una ciudad con una historia convulsa. El relato culmina con la explosión que desfiguró barrios enteros de la capital y causó un trauma duradero a sus habitantes.

Entrevista realizada por Laetitia Kaci

UNESCO

En su último libro, Octobre Liban, usted recorre una calle de Beirut entre las manifiestaciones de octubre de 2019 y la explosión del 4 de agosto de 2020. ¿Qué ve entonces el escritor y el experto en urbanismo que es usted?

Ese texto surgió de las manifestaciones de octubre de 2019, cuando yo paseaba por la calle que bordea el puerto y que recibe tres nombres: calle de Armenia, calle Gouraud y calle Émir-Bachir. También contiene mis recuerdos de la ciudad. En realidad, el deseo de escribir un libro a partir de mis caminatas por Beirut es muy anterior al otoño de 2019. 

Beirut es una ciudad dinámica que se reconstruyó lentamente tras la guerra civil de 1975-1990. Sus barrios encontraron paulatinamente y de manera orgánica una vitalidad económica impulsada por artesanos y pequeños comerciantes. A mediados de los años 2000, el barrio de Gemmayzeh y luego el de Mar Mikhael se convirtieron en epicentros de la noche beirutí y en fuentes de una creatividad artística desbordada, al tiempo que el de Bourj Hammoud seguía siendo el pulmón económico de la ciudad.

Esta recuperación espontánea del tejido urbano aconteció en todos los barrios que bordean esa calle. En todos excepto uno: el casco histórico del centro. Reconstruido por una sociedad privada de bienes raíces, este sector ilustra la incapacidad del capitalismo inmobiliario para regenerar una ciudad. Última etapa de los paseos del narrador, este centro se encuentra hoy totalmente desconectado del resto de la urbe. Sin embargo, en octubre de 2019, cuando los vecinos lo invadieron para manifestarse, se transformó en el corazón palpitante de la revolución.  

Al narrar esa marcha, vista a través del prisma de las manifestaciones de octubre, alcancé una nueva comprensión de los acontecimientos. Desde el vertedero de Bourj Hammoud, situado en la periferia, hasta la sede del gobierno, que se erige sobre la colina de Kantari, apenas hay cuatro kilómetros. Sin embargo, es distancia suficiente para medir el carácter trágico de la ciudad y la manera en que el país, como un sonámbulo, caminó hacia su perdición.  

El río de Beirut que recoge las aguas residuales de la ciudad antes de verterlas en el Mediterráneo, la demolición de la Gran Cervecería del Levante por un promotor inmobiliario, el abandono de la estación de ferrocarril cuando todas las calles que la rodean están saturadas de tráfico, y, por supuesto, el puerto de Beirut constituyen otros tantos síntomas de los males que corroen la ciudad.    

El personaje principal de este relato no es el narrador, sino más bien la calle que recorre. Yo necesitaba escribir ese texto, a pesar del estupor colectivo, a pesar del asombro de haber sobrevivido, a pesar del duelo, la tristeza y la cólera. Necesitaba escribirlo porque el 4 de agosto de 2020 a las 18:07 en esa explosión espantosa, esta calle, este personaje, fallece. 

¿Cómo definiría usted la singularidad de la capital libanesa?

No creo que Beirut sea singular. Como muchas otras ciudades del mundo, está marcada por divisiones comunitarias y sociales, una desintegración de la trama urbana impulsada por los promotores inmobiliarios y la corrupción. La ciudad padece por la ausencia de planificación urbanística, la contaminación, la falta de espacios públicos o de transportes eficaces. Si alguna singularidad tiene Beirut es que conjuga todos esos fenómenos y presenta una versión exacerbada. 

¿De qué modo han recuperado los habitantes esta ciudad? ¿Cómo la ocupan? 

Durante las grandes manifestaciones del otoño de 2019, los libaneses recuperaron algunos espacios públicos, como las plazas beirutíes de los Mártires y de Riad el-Solh. De pronto, aparecieron allí vendedores de café, de mazorcas de maíz asadas y de libros de segunda mano. La gente ocupó algunos edificios emblemáticos, como el Gran Teatro o el centro comercial en ruinas conocido como El Huevo, y les dio un uso diferente. Se levantaron tiendas de campaña y se creó un auténtico ágora. Asistimos al renacimiento de una sed de saber, de comprender y de expresarse. La vida había regresado al "centro vacío" de Beirut.    

A lo largo y ancho del país, los manifestantes bloquearon también las carreteras. En Jal el Dib, por ejemplo, una sección de la autopista del norte, una arteria vital que conduce a la capital, fue ocupada por los vecinos. Esas acciones fueron muy criticadas. Algunos vieron en ellas la causa de la parálisis de la economía nacional. En realidad, esos actos fueron el único medio que los habitantes encontraron para expresar su cólera y su frustración. Al hacerlo, crearon de la nada nuevos ámbitos públicos en una ciudad que los necesitaba desesperadamente. 

Ahora bien, es precisamente en esos lugares donde se entretejen los vínculos sociales, donde los vecinos pueden encontrarse y reunirse. Esos espacios son aún más esenciales porque los promotores inmobiliarios están deshaciendo la ciudad. Los edificios que constituyen la trama urbana son reemplazados cada vez más por inmuebles construidos sobre pilares y dotados de aparcamientos. En una ciudad donde las casas carecen de planta baja, la gente deja de pasear, deambular, de moverse al azar, de tener encuentros fortuitos. Cuando son precisamente esos encuentros, esos vagabundeos, los que forman el núcleo de la actividad artística, de la creatividad de una urbe, los que le confieren un alma. 

Mientras el centro urbano de Beirut es ya un espacio museificado e inaccesible, el resto de la ciudad corre el riesgo de convertirse en una villa de aparcamientos levantada sobre pilares. Es urgente que se adopten medidas para salvaguardar su estratificación urbana, su historia, su cultura y su estilo de vida.

Beirut ha atravesado múltiples crisis en las últimas décadas y siempre ha logrado recuperarse. ¿Cómo explicar esa resiliencia? ¿Acaso esa facultad se ha visto perjudicada por esta última prueba?

“Beirut, mil veces muerta y mil veces resucitada”, escribe la poetisa Nadia Tuéni. En sus palabras resuena el eco de una leyenda popular: “Beirut, siete veces destruida y siete veces reconstruida”. 

Desde hace años se ha constatado la capacidad de recuperación de los libaneses. Pero el apocalipsis del 4 de agosto acabó con esa resiliencia legendaria. No somos resilientes y no estamos bien. Los mensajes que circularon en las redes sociales al día siguiente de la explosión no decían otra cosa: “¡No estamos bien!”.   

El apocalipsis del 4 de agosto acabó con la resiliencia legendaria de Beirut

Una ciudad resiliente logra mantener su continuidad urbana a pesar de los reveses. Es cierto que hasta ese momento Beirut parecía haberse recuperado siempre, aunque al precio de múltiples cicatrices. No es una ciudad resiliente, es una ciudad que lucha, una ciudad herida, una ciudad extenuada. Hoy es tan solo una sombra de ella misma, una sombra de la ciudad que pudo llegar a ser. Barrios enteros del casco histórico fueron demolidos en 1990, los edificios históricos fueron destruidos, primero por los promotores inmobiliarios y luego por la explosión del 4 de agosto. Lo que se perdió está perdido para siempre. 

¿Cuáles son hoy los estigmas más visibles de la explosión que destruyó una parte de la ciudad?

Para empezar, está el trauma que padecen los beirutíes desde la explosión. Tal vez no sea visible, pero es poderoso. En total, unas 300.000 personas perdieron sus viviendas y tuvieron que buscar refugio en casa de sus parientes. La reconstrucción va a llevar mucho tiempo.

En el plano físico, las zonas más afectadas son los barrios de mayor diversidad social, que concentran un gran número de edificios pertenecientes al patrimonio arquitectónico beirutí. Según Jad Tabet, presidente del Colegio de Ingenieros y Arquitectos del Líbano, 32 de esos inmuebles son irrecuperables y otros 300 corren peligro de derrumbe. Sus muros de arenisca, sus bóvedas, sus entramados de madera, sus tejados de tejas, la carpintería de sus fachadas y los mármoles de sus balcones no resistieron la onda expansiva de la explosión.   

A pesar de su ‘gentrificación’, los barrios de Mar Mikhael y Gemmayzeh conservan una gran diversidad social gracias a la regulación de los alquileres, que ha propiciado la permanencia de los vecinos tradicionales. El reto de la reconstrucción es preservar el tejido social de esos barrios, su dinamismo económico y su creatividad.

El reto de la reconstrucción es preservar el tejido social de los barrios históricos 

¿Cómo ve usted la reconstrucción?

Para evitar la repetición de errores pretéritos e impedir que los promotores destruyan esos barrios, es indispensable establecer un marco jurídico para la reconstrucción y restauración de las zonas afectadas por la explosión. La gobernanza urbana debe incorporar a los vecinos, tener en cuenta sus opiniones, sus prácticas y la manera en que ven el futuro de su ciudad. Sin una gobernanza urbana eficaz, ilustrada e inclusiva, la ciudad de Beirut -incluso más allá de los barrios afectados por la explosión- seguirá decayendo poco a poco. 

Pero hay motivos para la esperanza. A pesar de los reveses, a pesar de los destrozos, Beirut conserva un extraordinario potencial urbano gracias a su dinamismo, su cultura, su creatividad, su demografía y su geografía, pero también por lo que representa en el imaginario colectivo. Ahora es preciso que ese potencial urbanístico pueda expresarse plenamente y que quienes tienen esa creatividad puedan participar en la toma de decisiones.

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