Idea

El ‘tercer lugar’, un verdadero espacio ciudadano

En la década de los 1980 el sociólogo estadounidense Ray Oldenburg desarrolló la noción de ‘tercer lugar’: un espacio de interacción social libre e informal esencial para la democracia. El concepto ha ido ganando una popularidad inesperada con los años y hoy en día los cafés constituyen un ejemplo perfecto.
COU-02-23-GA-OLDENBURG

El sol se filtra a través de amplios ventanales, el humo emana de las tazas de porcelana y el aroma del café tostado se mezcla con el runrún de las charlas, las risas y el tintineo de la vajilla. Aquí es donde los amigos se encuentran, los vecinos comentan las noticias, se hacen los negocios y los forasteros se mezclan en la conversación. Estamos en un ‘tercer lugar’. 

El concepto es obra del sociólogo Ray Oldenburg, - coautor de este artículo - que lo acuñó en su libro The Great Good Place publicado en 1989 y que alcanzó un éxito editorial inesperado, siendo destacado por los redactores del New York Times Book Review. Un tercer lugar no es ni el hogar ni el centro de trabajo, sino uno de esos espacios que, a lo largo de la historia, han contribuido a forjar el sentimiento de calidez, convivencia y esa forma particular de reconfort que llamamos comunidad. Como las tabernas, las bibliotecas o las peluquerías, los cafés congregan a personas de diversas procedencias en una atmósfera informal. 

El concepto de ‘tercer lugar’ o ‘tercer espacio’ se incorporó rápidamente al vocabulario cotidiano. Los seguidores de Oldenburg buscaron en su libro la forma de promover la cohesión social mediante la concepción de espacios que favorecieran el sentido de comunidad. Para los lectores, la obra ponía nombre a algo que conocían y cuidaban, pero que nunca habían definido de manera formal. 

Este simple concepto nos recuerda que los vínculos humanos necesitan nutrirse con cierta frecuencia y que la comunidad depende de cosas tan sencillas como algunas mesas, un anfitrión amable y buena disposición para ver lo que pasa cuando nos juntamos con otros.

El concepto de ‘tercer lugar’ nos recuerda que los vínculos humanos necesitan nutrirse con cierta frecuencia

Cuando empezó el confinamiento del COVID-19, un periodista de Boston nos preguntó si pensábamos que los terceros lugares volverían a existir. Respondimos con un “sí” rotundo. Sabíamos que las reuniones por Zoom y los aperitivos virtuales jamás podrían sustituir al contacto físico entre personas. 

Nada contribuye tanto al sentimiento de integración social como la pertenencia a un tercer lugar. Pero es necesario aclarar el concepto. Algunos espacios, como los mercados o las calles peatonales, son sitios públicos pero no encajan en el concepto definido por Oldenburg.

Un tercer lugar es por lo general un establecimiento donde se sirven bebidas en el cual la conversación desempeña un papel fundamental. En esos ámbitos, la bebida tiene una importancia decisiva y constituye un auténtico fundamento social. En efecto, la mayoría de los terceros lugares del mundo deben su identidad a lo que se sirve. Existen o han existido cervecerías, Biergärten (en Alemania), casas de té, gin palaces (en Inglaterra), 3.2 joints (en Estados Unidos), dispensadores de refrescos, vinotecas, bares de leche, etc. El kavama checo, el Kaffeeklatsch alemán y el café francés toman su nombre del café que sirven.

Un embrión de democracia

Los cafés surgieron en Oriente Medio y alcanzaron su apogeo como terceros lugares en Inglaterra, en el siglo XVII. Cuando se instalaron en Europa, se consideraban lugares peligrosos porque pronto se convirtieron en el escenario predilecto de los debates políticos. En 1650, un empresario llamado Jacob inauguró el primer coffee house en Oxford. Poco después, otros abrieron sus puertas en Cambridge y Londres. Esa “bebida negra y amarga” se consideró primero una novedad, pero no por mucho tiempo. El ambiente democrático del café, sus precios moderados y el contraste agradable de los cafés en comparación con la ebriedad predominante de las posadas y tabernas del siglo XVII contribuyeron a su rápida popularidad. 

El rey Carlos II trató de prohibirlos en 1675, pero la decisión provocó tantas protestas que el monarca tuvo que derogar el edicto de prohibición al cabo de diez días. Lugar de libre expresión, el coffee house surgió como un embrión de democracia donde predominaba cierta forma de igualdad. 

El café estimula el intelecto; el alcohol, las emociones y el cuerpo. Los bebedores de café se contentan con escuchar la música de forma contemplativa, mientras los consumidores de alcohol suelen ejecutar su propia música. Por lo general, el baile se asocia con las bebidas alcohólicas, pero no así el café. La lectura es una actividad generalmente estimada en los cafés del mundo entero, pero no en los bares. Quienes juegan a los dardos beben cerveza, los jugadores de ajedrez beben café.

La universidad del penique

En Inglaterra, al café se le conocía como Penny University [Universidad del penique o del centavo]. Un penny era lo que costaba la entrada a ese emporio de saberes literarios e intelectuales. Una taza de café costaba dos peniques; una pipa, un penique; el periódico era gratuito. El café del siglo XVII fomentó la lectura diaria del periódico y se impuso como centro de la vida comercial y cultural, al mismo tiempo que se desplegaba como un auténtico recinto político. 

El café del siglo XVII fomentó la lectura diaria del periódico y se impuso como un auténtico recinto político

Gran número de las sedes de las principales compañías comerciales del país se establecieron en los cafés, y durante más de un siglo los corredores de bolsa londinenses ejercieron allí sus actividades. Fue tras el declive de esos establecimientos cuando los brokers adquirieron sus propios locales y crearon la Bolsa de Londres. Durante muchos años, el mercado de seguros Lloyd’s funcionó en un café, donde los aseguradores marítimos podían codearse con marineros bien informados y aprovechar sus confidencias. El café era esencialmente un espacio de asociación y de vida común, práctico y al mismo tiempo profundamente reconfortante. 

Nuevas perspectivas

Sería difícil afirmar que ha desaparecido la necesidad de este tipo de vínculo social. Aunque aquellos vibrantes terceros lugares llenos de vida ahora son más escasos, todavía se pueden identificar los factores que contribuyen a su supervivencia y florecimiento. El ambiente es importante, tanto como la ubicación y el punto de vista. Por ejemplo, la cultura francesa ha preservado un ámbito cuidado, agradable en términos estéticos y concebido a escala humana. El interés de conservar la vida de la calle ha sido predominante durante toda la época moderna. Incluso en París, donde hay automóviles por todas partes, la vida de la calle y la del bistrot conviven mano a mano.

El café de Viena, que es un modelo de tercer lugar, constituye otro ejemplo. Si se exceptúa el periodo sombrío del régimen nazi, (que favorecía las cervecerías y temía a los cafés) las cafeterías vienesas jamás han perdido realmente su vitalidad y popularidad. Esta descripción, extraída de una guía de 1931 titulada The Vienna that’s not in the Baedeker [La Viena que no figura en la guía Baedeker], de T. W. MacCallum, lo define el como “el lugar de todos, un espacio de citas para los enamorados, un club para quienes tienen gustos o intereses comunes, una oficina para hombres de negocios ocasionales, un ámbito de paz para el soñador y un refugio para almas solitarias”.

La multiplicación meteórica de cafeterías pertenecientes a cadenas comerciales, que despegó a principios de la década de 1990, se basa en parte en la idea de ofrecer un tercer lugar convivial y estimulante. Pero las tecnologías móviles y la pandemia han cambiado el modelo empresarial. Aproximadamente el 80% de las cadenas de café recurren ahora a las ventanillas de autoservicio y a los pedidos en línea o por aplicaciones móviles. Algunos han visto en estas tendencias terceros lugares virtuales, pero cabe dudar de esa afirmación, más bien abren nuevas posibilidades a los cafés locales y a otros establecimientos que tienen potencial para llegar a ser terceros lugares.    

Es momento de revitalizar el tercer lugar para discusiones, debates, camaradería y buen humor. Necesitamos ver a nuestros amigos y vecinos, y rodearnos de gente que no conocemos. El tercer lugar se sitúa en el centro de nuestra búsqueda de una vida mejor.

Ray Oldenburg

Profesor emérito de la facultad de Sociología y Antropología de la Universidad de West Florida en Pensacola, Estados Unidos, y autor del libro The Great Good Place. Coautor de este artículo, Ray Oldenburg falleció el 21 de noviembre de 2022, varios meses antes de la publicación del texto en El Correo de la UNESCO.

Karen Christensen

Editora y ensayista, coautora de una edición ampliada de The Great Good Place que se publicará próximamente.

¿Qué es un tercer lugar ?

  • Es un terreno neutro, al que todos pueden acceder sin invitación.
  • Un espacio donde es posible entrar y salir a voluntad.
  • Es un establecimiento barato.
  • Es un ámbito donde se puede hablar. La conversación es la actividad principal en un tercer lugar, aunque también es habitual la práctica de juegos como el ajedrez y el mah-jong.
  • Es un establecimiento situado cerca del domicilio o del centro de trabajo al que, por lo general, se puede llegar a pie.
  • Un tercer lugar tiene su clientela habitual. Pero eso no significa que se margine a los forasteros.
  • El parloteo, los chistes y las bromas son una práctica corriente.